El 8 de mayo una joven mamá salió de su casa en un barrio humilde de Quequén para trabajar, como lo hacía habitualmente, dejando a sus dos hijos durmiendo: Camila, de 13 años y Lisandro de 10.
Quiso la desgracia que en el domicilio contiguo se produjese un cortocircuito en la instalación eléctrica que originó un incendio. Las llamas alcanzaron a la vivienda donde descansaban los hermanitos.
Camila murió. Lisandro sufrió importantes quemaduras y fue trasladado a un centro especializado de Mar del Plata.
Las comunidades de Quequén y Necochea nos conmovimos profundamente ante semejante desgracia. El Club Ministerio (entidad quequenense muy popular) inició una campaña para juntar ropa, muebles y artefactos, ya que la familia lo había perdido todo.
La proverbial solidaridad del pueblo argentino (y el quequenense y necochense en particular) hizo que en muy pocos días se recolectara más de lo necesario: sirvió para atender a otras familias que sin haber sufrido una desgracia semejante tienen muchas necesidades.
Lisandro reaccionó muy rápida y favorablemente a sus heridas y fue dado de alta. Pero el problema era que Lisandro y su mamá no tenían un sitio dónde vivir.
Ahí apareció otra alma solidaria: Fernando Cañada, quien puso a disposición de ambos una vivienda, también en Quequén, que luego de refaccionarla quedó en perfectas condiciones de habitabilidad.
La historia podría terminar aquí y sería una historia que nos permite sobreponernos frente a la adversidad, recuperar el espíritu y pensar que pese a la tragedia podemos mantener las esperanzas. Pero sigue.
¿Quién es Fernando Cañada?
Un comerciante necochense que junto con su hermano, Emiliano, tenían una empresa dedicada a la desinfección de silos, galpones y bodegas de buques en Puerto Quequén.
En abril de 2015 un domingo por la mañana se produjo algo así como un diluvio y la gran cantidad de agua caída alcanzó productos tóxicos que supuestamente estaban inactivos, pero que se activaron y derramaron por los desagües pluviales
A pocos metros del lugar dormía Melisa Núñez, una joven correntina de tan solo 19 años. Ella había llegado al lugar junto a su pareja, que se desempeñaba en la Prefectura de Puerto Quequén. Melisa no lo sabía, pero la vivienda que alquilaban tenía conectado en forma clandestina el desagüe cloacal al pluvial. Por esa conexión subieron las emanaciones tóxicas del producto derramado y Melisa murió. Otras personas fueron afectadas por la emanación, pero sin consecuencias graves.
El hecho, inusual, conmocionó a la población de ambos márgenes del río Quequén. Recuerdo las marchas exigiendo justicia para las víctimas y fundamentalmente para Melisa.
Se formó una causa penal donde quedaron imputados los Cañada bajo una figura similar a la del homicidio, contenida en la ley especial de residuos tóxicos.
En un momento determinado, muy próximo al juicio oral y público, por distintas circunstancias, se produjo un encuentro entre los familiares de Melisa (su mamá Mercedes Fernández y su pareja) con los hermanos Cañada, promovido por Víctimas por la Paz.
Quienes hasta ese momento habían estado de algún modo enfrentados, tuvieron la posibilidad que no habían tenido antes: mirarse frente a frente, hablar, escucharse, contarse sus respectivas verdades, pedir perdón desde el fondo del corazón. El mágico encuentro terminó con familiares y acusados abrazados y llorando juntos, dando y ofreciendo las disculpas y generando a partir de ese momento una relación de afecto que se continúa en el tiempo.
El juicio se realizó igual, como corresponde. Yo me encontraba entre el público ya que me había excusado de intervenir por la relación y conocimiento que tenía de los hechos. Y fui testigo del momento en que, no bien iniciada la audiencia, Mercedes, mamá de Melisa, se paró frente a las juezas y jueces y dijo:
-Estoy de acuerdo con el juicio para que se sepa la verdad de lo que pasó. Pero de ninguna manera quiero que los hermanos Cañada vayan presos.
Fuimos muchos a los que se nos escaparon unas lágrimas.
Con posterioridad al juicio, donde los acusados fueron condenados a tres años de prisión, siguieron los actos reparativos, esta vez con la construcción de un Paseo por la Paz en homenaje a la memoria de Melisa Núñez, levantado en una plaza de Quequén, a pocos metros del sitio donde ocurrió el derrame tóxico.
La historia, nuevamente podría terminar aquí. Pero tampoco termina.
El otro dato es que la casa donde ahora viven Lisandro con su mamá y que Fernando les prestó por el tiempo que la necesiten, es el mismo sitio donde se produjo el derrame tóxico.
Probablemente se trate de círculos virtuosos que se cierran. No lo sé.
Cuando me enteré del enorme gesto de Fernando, le mandé un mensajito diciéndole que era groso. Me respondió lo siguiente: “Esto es lo que nos llevamos de la vida Mario, en lo que podemos estar. Lo demás es prestado!!!”