Imaginate que un día salís a comprar unos sánguches y te cruzás con un policía que te mira mal y te dice negrito de mierda. Imaginate que le respondés y te metés en tu casa, donde te esperan para almorzar tu mujer y tu hija. Imaginate que entrás al pasillo, escuchas los pasos de unas botas y ves la sombra que se acerca. Te das vuelta y ese policía está frente a vos. Te apunta a la cabeza. Escuchás un tiro y ya no ves más nada.
Estás de espaldas en el suelo y la sangre te chorrea por el mentón, la boca y la nariz. Sentís un zumbido en el oído. Tratás de moverte, pero el cuerpo ya no te responde. Y escuchás otros dos tiros. Una bala en la pierna, la otra en las bolas.
Sí, en las bolas. Pero vos ya no sentís nada.
A tu alrededor todos gritan. Tu hermana, sin saberlo, le pide ayuda al mismo tipo que te acaba de disparar. Tu mujer, entre llantos, le grita a tu amigo que se apure, que te estás muriendo. Y vos, tirado en el asiento de atrás de un Volkswagen Gol, intentás hablar. No te salen las palabras. Tu mujer, en el silencio, entiende lo que decís: “Cuidá a Milena, decile que la amo”.
Despertás en el Argerich con todo el cuerpo inmovilizado. Pasás un año y medio internado en hospitales y clínicas de rehabilitación. Lográs mover apenas los brazos. Te alegrás porque podés volver a abrazar a tu hija.
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Imaginate que cuatro años después tenés frente a frente a Ricardo Ayala, el policía que te cagó la vida. Masticás bronca cada vez que lo ves entrar y salir de tribunales caminando porque los jueces lo dejaron libre. Vos en silla de ruedas, apenas podés mover los brazos. Hacés un esfuerzo enorme para usar el celular porque los dedos te quedaron duros como una garra.
Puteas por dentro cuando ves a los parientes de Ayala que se te rien en la cara. Escuchás a sus abogados mentir y decir que vos andabas armado por el barrio, cuando todos vieron que lo único que tenías en la mano eran un sanguche de milanesa y otro de jamón y queso.
Vos sabés que nada de lo que decidan hoy los jueces a vos te va a devolver lo que tenías antes. Pero esperás que se haga justicia para poder cerrar una etapa y, como vos decís, “empezar otra vida distinta”.
No imagines más: todo eso le pasó a Lucas Cabello hace cuatro años. Hoy el policía Ricardo Ayala fue condenado a 16 años por el delito de tentativa de homicidio agravado por abuso de su función policial y por uso de arma de fuego.