Por Claudio Berón – La Capital.-
Una joven pareja pasó por una pesadilla en la seccional 16ª de la zona sur. Los dos fueron golpeados, torturados y humillados. La policía no les encontró armas de ningún tipo y no tienen antecedentes penales. Su único delito fue insultar a los ocupantes de un móvil policial que los encerró en una esquina, a cien metros de su casa. Lo demás fue una noche para no recordar. Sólo les quedó una frase dando vueltas en sus cabezas: “Los vamos a reventar, negros de mierda”, se los repetía una mujer policía una y otra vez.
Martín y Carolina dicen que son gente de trabajo. El es estibador portuario. Ella trabajó varios años como empleada de servicio en hoteles de la ciudad. Son jóvenes: él 30, 26 ella. Un matrimonio que recién empieza y vive en los altos de la casa de la madre de Carolina. Tienen dos niños: una nena de 4 años y un bebé de dos meses. Una típica familia de barrio Tablada que reside en un manojo de cuadras difíciles de la ciudad, con distintos asentamientos y bandas que pretenden adueñarse de las calles. Pero no todo es delito por esos lados.
El martes a la madrugada el matrimonio y los dos niños volvían de compartir un asado con amigos en el Club Mitre, ubicado en la costa central de la ciudad. Eran las dos de la mañana y circulaban en un Peugeot 207 rojo que Martín se compró con la indemnización que le pagaron en General Motors al ser despedido. En el asiento trasero iban Carolina y sus dos hijos. Al llegar a Presidente Quintana y Cepeda, en el núcleo difícil de Tablada, Martín vio a un patrullero con una pareja de policías adentro parado en un kiosco y al pasar al lado, según dijo, lo encerraron “y yo los insulté”.
Tal vez por eso el patrullero comenzó a seguirlos y cuando el matrimonio bajó en la puerta de su casa, en Olegario Víctor Andrade al 100 bis, empezó para la pareja la peor de las noches.
Martín tiene el cuerpo que se pretende para un estibador y pesa unos 100 kilos. “Cuando Carolina se baja del auto con el bebé la mujer policía se le tiró encima y le dijo negra de mierda (Carolina es castaña clara y tuvo un parto reciente). Entonces yo me bajo del auto y le digo a esta chica que no la insultara. Cuando estoy discutiendo con la mujer, se me para atrás el otro policía y me dispara a las piernas con la escopeta. No estaba a más de metro y medio”, dijo mientras mostraba las heridas de los perdigones plásticos que lo hirieron.
Hacia la seccional. A esa altura, cerca de las 2.30, los gritos se escuchaban en toda la cuadra. Familiares de los chicos salieron a la calle y la mujer policía enfrentó e insultó nuevamente a Carolina que, con su bebé en brazos, fue a buscar refugio en la casa de sus padres. Entronces la mujer policía se enfureció y entró para agarrar del pelo a la joven, que sólo atinó a entregarle el bebé a su madre. Tras ello la agente la tomó por la espalda y la llevó al patrullero.
En tanto la calle se pobló de móviles policiales. “A mí me pusieron contra una pared y el policía que me agarró de entrada, el que estaba en el primer móvil y era alto, flaco y pelado, me esposó mientras me daba trompadas. Me subieron al móvil en la parte de atrás para ir a la 16ª, pero en una de las cuadras, no sé en cual, pararon el auto, abrieron la puerta de atrás y comenzaron a pegarme”, recordó Martín.
Al llegar a las seccional comenzó otra sesión de tundas. “Me dejaron en un patio, arrodillado y esposado sobre unas piedras. Me rodearon unos ocho policías y me iban pegando patadas, trompadas y bastonazos mientras me insultaban. Yo les decía que no hice nada, que se confundían, pero casi no podía hablar de los golpes”.
Mientras tanto, Carolina estaba encerrada en una habitación de la seccional. “A mi esta piba policía, que es flaquita, petisa y medio rubiecita, de unos 20 y pico de años, me decía que era una negra, que me iba a bajar los dientes. Me ordenó que me desnudara por completo y estuve un rato así hasta que me dieron una remera. Lo único que me permitieron fue darle de mamar a mi hijo, que estaba con mi mamá en la puerta de la comisaría y entraba a cada hora”.
A esa altura ya eran cerca de las cinco de la mañana. Martín había pasado por la primera sesión de golpizas y afrontaba la segunda. “Me volvieron a pegar, me escupieron y uno me dijo que me había resistido y le había pegado a un policía, pero yo no le pegué a nadie”, dijo el muchacho a LaCapitalen su casa y tres días después de los hechos.
Obligado a firmar. Un rato después, ya pasadas las siete de la mañana, reunieron a la pareja en la habitación en la que ella pasó toda la noche. Hasta allí fueron a tomarle declaración y él firmó en disconformidad una denuncia en la que constaba la causa: resistencia a la autoridad y lesiones. “Pero ahí no más le pregunté a uno de los que vinieron a tomarme los datos y me hicieron firmar la causa dónde podía denunciar lo que había pasado yo. Me dijo que fuera a la División Judiciales y ahí fuí y les conté todo”, dijo Martín indignado.
El matrimonio aún no pudo tomar contacto con la fiscal que atiende en la causa ni con el abogado de oficio que los representará. “Sólo queremos que estos ocho policías no trabajen más, que se haga Justicia y que alguien nos explique por qué nos hicieron esto. Mi marido no puede trabajar y yo tengo miedo que nos pase otra cosa, porque cuando los policías que nos pegaron de entrada se fueron nos dijeron que sabían donde vivíamos. ¿Nadie nos va a explicar nada?, dijo Carolina enojada.
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