Cuatro personas aportaron revelaciones a la última audiencia del año en el juicio por delitos de lesa humanidad vinculados a Campo de Mayo. Una mujer citó el relato de su marido, otro soldado que pasó tres días secuestrado, acerca de las muertes de Steimberg y García. El dato deberá corroborarse.
La última audiencia del año en el juicio por los conscriptos secuestrados y desaparecidos del Colegio Militar de la Nación deparó revelaciones inesperadas. Una testigo dijo que su exmarido -un soldado que estuvo tres días detenido ilegalmente- le contó cómo mataron a los colimbas Luis Pablo Steimberg y Luis Daniel García, delante de sus ojos. Los familiares desconocían ese dato, que ahora deberá corroborarse. Sentados en la primera fila, ante el Tribunal Oral Criminal Nro. 1 de San Martín, lo escucharon sorprendidos. Hasta ahora, la principal hipótesis del destino final la había aportado el ex sargento Víctor Ibañez, que también declaró en este juicio. Había dicho que los habían arrojado al mar en los vuelos de la muerte.
Ricardo Daniel Bella, el primer testigo de los cuatro de ayer, dio testimonio desde el Tribunal Oral Criminal Nro. 2 de Córdoba por videoconferencia. Cuando le preguntaron si conocía a alguno de los acusados, recordó a dos. “A Bignone, director del Colegio Militar”, al momento de su conscripción, y “Alvarado, un teniente”.
“Nos movilizaron para el Golpe del 76. Cuando salimos a la calle, la gente nos aplaudía”, recordó. Bella estuvo asignado a la compañía Comandos. “Te maltrataban por ser judío, por ser lento, por tener la piel oscura, era normal en esa época”, dijo. Cuando el fiscal García Berro le preguntó si había escuchado acerca de la desaparición de soldados en el Colegio Militar, respondió: “Tuve compañeros de los que se decía que desertaban”.
“Nunca me tragué que Mario había desertado”
Bella fue compañero de conscripción de García, Steimberg y de Mario Molfino, otro de los conscriptos desaparecidos, con quien además estudiaba Arquitectura. “Andaban otro ambiente. Hablaban de política. Me acuerdo de ir en el tren y verlo a García leyendo el diario La Opinión. Era gente pensante. Steimberg era un tipazo, locuaz. Mario Molfino, al que conocí más de cerca, era un tipo libre, peligrosamente libre. Ahí no tenías que figurar, tenías que ser un número. Y él llamaba la atención. Nunca me tragué que Mario había desertado. De los otros decían que estaba de licencia”, recordó.
En aquel momento Bella vivía en la Ciudad de Buenos Aires, en la casa de sus padres en Villa Devoto. Mientras hacía el servicio militar, pidió permiso para viajar con un compañero a Córdoba, la provincia donde se quedaría a vivir. “Mientras estaba en Córdoba, una noche, personal militar allanó la casa de mis padres buscándome. Habían ido con la misma ropa de colimbas, diciendo que necesitaban hablar conmigo. Yo tenía la licencia otorgada por el Colegio Militar. Supongo que no sería personal del Colegio el que fue a buscarme porque sabrían que yo estaba en Córdoba”, dijo Bella. Al regresar del viaje, informó del allanamiento a la compañía. “Es que usted tiene formación marxista”, le dijo un sargento.
Se hacían tareas de inteligencia en el Colegio Militar
Bella aportó otro dato: “En el Colegio Militar había personal que hacía tareas de inteligencia. Un cabo al que le decían Cinco, que parecía macanudo, les hablaba de política y les sacaba información, era muy cercano a Steimberg”.
Recordó, además, a un capellán “pro Franco, más peligroso con la lengua que con el fusil. Metía miedo cuando hablaba, sus sermones decían que veníamos a purificar la raza. Nos hacía pintar la cruz católica en los cascos, diciendo que éramos la mano de Dios”.
El puesto caminero que nadie conocía
El segundo testigo fue otro conscripto, Santiago Relova. Entró al Colegio Militar en marzo de 1976. Se le asignó como destino interno el área de Comunicaciones. Su función era atender las líneas de teléfono. “Escuché que pasaban cosas raras, decían que traían a extremistas y los tenían encapuchados, pero nunca vi eso”. También aclaró: “recibíamos la orden de no hablar de nada de lo que veíamos ni sabíamos, cuando saliéramos del Colegio”. Recordó haber visto a Steimberg en ese lugar. “Después de que juré la bandera, en junio, nunca más lo vi”.
– ¿Qué cree usted que se debe saber de todo esto? – le preguntó uno de los jueces.
– Que había un puesto caminero frente al Colegio Militar. Nadie sabía que existía y sí existió, porque yo atendí el teléfono que comunicaba con ese puesto caminero. Ahí dicen que torturaban gente. No sé a quienes, no los vi.
Recuerdos de familia
Silvina Franciosi tenía 10 años cuando su tío Mario Molfino desapareció. Así lo contó ayer ante el Tribunal: “Mi abuela era la hermana de la mamá de Mario. Todo se vivió en mi casa, donde Mario pasaba mucho tiempo. Conozco lo que sucedió en el momento de su desaparición”.
Franciosi contó que al principio la familia estaba contenta de que a Molfino le hubiera tocado el Colegio Militar. “Para nosotros, había tenido el privilegio de ser asistente del coronel Van Den Broecke, que falleció hace unos años”. Después, recordó que una semana antes de que le dieran de baja, en febrero de 1977, se fue en colectivo desde su casa de La Boca al Colegio Militar. Al día siguiente, llamó por teléfono a su madre y le dijo: “Viejita voy para allá”. “Mi tía siempre tuvo la sensación de que en ese momento el teléfono se cayó. De repente, dejó de escuchar la voz de Mario”. Fue la última vez que tuvieron contacto con él.
“Al otro día, como no volvió, fue mi mamá con mis tíos al Colegio Militar. Los atendió Van Den Broecke. ‘Yo lo mandé a comprar biromes y no volvió. Se debe haber ido de putas’, les dijo”. Los padres de Molfino fallecieron en 2008.
“Es la primera vez que declaro. Mi madre es muy mayor, no está bien de salud, si a mí me hace mal hablar de Mario, 40 años después, imaginense a ella. Sería una testigo impresionante”, dijo.
Contó que Molfino era muy reservado, y que del único conscripto que hablaba era de Claudio Navarro. Navarro fue uno de los testigos que declaró en la audiencia anterior, junto con Héctor Suárez: sus testimonios acreditaron la persecución ideológica que se vivía dentro del Colegio Militar, los grupos de tareas que se formaron ahí para salir a secuestrar gente, y el hecho de que Steimberg estuvo detenido en el Colegio Militar antes de pasar a Campo de Mayo.
En esa audiencia, hubo un momento de tensión cuando Mariana Barbita, la defensora de Torres -el único de los imputados que asiste a las audiencias- le preguntó a Navarro: “¿Por qué se considera una víctima?”. La fiscalía se opuso. Navarro estuvo a punto de quebrarse, pero respiró hondo y respondió: “Yo no sé qué esperan…si que me quiebre y me ponga a llorar como un boludo… me da mucha bronca”.
Ayer Torres pidió ampliar su declaración cuando finalice la prueba testimonial.
“Los mataron delante suyo”
Por último, Flora García contó que su ex marido, Sergio García (vive en Estados Unidos y ya declaró), hizo la conscripción en el Colegio Militar y estuvo tres días secuestrado. “El padre de mis hijas empezó el servicio militar en julio del 75. Estábamos casados. En agosto del 76 se lo llevaron de mi casa, en Caseros. Y cuando fui al Colegio Militar a preguntar dónde estaba, me atendió Bignone y me dijo que no sabía. Que en las planillas no figuraba ni como que haya entrado ni salido del Colegio”.
La mujer insistió, yendo una y otra vez. La atendió otra persona, Agosti, y le contestó lo mismo. Al día siguiente, fue de nuevo al Colegio Militar. La volvió a recibir Agosti, sin novedades. “Cuando salí de la oficina, me asomé a un balcón que daba al patio y en los jeeps reconocí a dos soldados que habían estado en mi casa cuando se lo llevaron. Volví y le dije: ‘No me puede decir que no sabe porque ahí están los que lo fueron a buscar’. Me pidieron que esperara. después me dijeron que fuera a mi casa y le hiciera la cena porque él volvía”.
La mujer recordó que su marido “llegó con la cara marcada y desfigurada porque lo habían mantenido vendado. Tenía una lastimadura en la ingle, lo habían hecho atacar con una perra. Había estado encadenado en una cuchita. Le habían hecho preguntas mientras lo picaneaban en la punta de los pies, en los labios lastimados, en las tetillas. Siempre preguntándole a qué agrupación pertenecía. No sabía qué responder, no pertenecía a nada”.
La testiga recordó que a la semana, le dieron licencia a su marido hasta que obtuviera la baja. Y relató que él le contó había visto a Steimberg y a García en esos días. “Dijo que los vio cuando lo llevaron encapuchado y vendado a un galpón grande. Ahí le quitaron la venda, y los hicieron pasar a los dos. Nunca entendió de dónde habían salido los disparos, porque él no se podía mover. Los mataron delante suyo. Le volvieron a poner la venda y se lo volvieron a llevar. Después, lo trajeron a casa y lo dejaron en libertad”.
Las víctimas
Desde fines de septiembre, este juicio investiga dos causas vinculadas al centro clandestino de Campo de Mayo, conocido como “el Campito”: la del Colegio Militar de la Nación (causa 2918), porque allí hacían el servicio militar seis soldados secuestrados que fueron a parar al “Campito” (tres sobrevivieron y tres fueron asesinados), y la que involucra a otras seis víctimas, entre ellas al ex diputado Diego Muñiz Barreto.
Los acusados
En este juicio, se acusa al ex comandante de Institutos Militares Santiago Omar Riveros; a su segundo, el ex presidente de facto Reynaldo Bignone (director del Colegio Militar y jefe de Institutos Militares de Campo de Mayo), al coronel retirado Alberto Federico Torres (ex jefe de Compañía del Colegio, a Jorge Alvarado (jefe de Compañía), al agente de inteligencia Carlos Somoza (Batallón 601) y a Hugo Miguel Castagno (gendarme). Por la causa 2918, se imputa también a Riveros junto con el suboficial Mario Rubén Domínguez (conocido como “Escorpio”).
Ayer Domínguez dedicó unos minutos a ampliar su declaración, pero sólo aceptó preguntas de su defensor. Dijo poco y nada, acerca de su paso por Entre Ríos y su aficción por la guitarra. “Siempre estuve por la derecha, con la ley”, dijo con tono épico.
La próxima audiencia será el 9 de febrero.
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