hospital parto respetadoLa violencia obstétrica es un problema que exige visibilizarse: las mujeres tienen derechos antes, durante y después del nacimiento de sus bebés. Pero es difícil reconocerla y denunciarla. Y aunque todavía no hay cifras oficiales de cuántas mujeres la sufren, la Ley  25.929 de Parto respetado es un hecho después de la reglamentación publicada ayer en el Boletín Oficial.

A continuación, el periodista Waldo Cebrero reconstruye el camino que hizo con su compañera embarazada: 140 kilómetros en busca del único hospital de la provincia de Córdoba que cumple con el protocolo para respetar los tiempos del nacimiento y no trata a las embarazadas como enfermas.

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Waldo Cebrero*.-

En la ecografía, mi hijo es esa manchita ovalada titilando insignificante en una remota y oscura galaxia. Pero en unos meses abandonará las entrañas de su madre. Y cuando eso pase, no queremos estar acá.

Ahora mismo viajamos en busca de un lugar donde parir. Un sitio a donde ir cuando llegue el momento. Atrás queda Córdoba, la capital, donde se supone que el sistema de salud alcanza su máxima complejidad. Recorremos 140 kilómetros –Leticia, su pequeño habitante y yo– cruzando las sierras rumbo a Mina Clavero. En esa pequeña ciudad del Valle de Traslasierras está el hospital Luis María Bellodi, el único de toda la provincia con un protocolo de parto respetado.

Suena complejo, pero es simple. Significa que nuestro hijo podrá tomarse su tiempo para nacer, sin anestesias, drogas e intervenciones que lo aceleren. Que no será un médico quien lo arranque, como a un pececito del agua.

En el embarazo, me explicó un amigo con dos hijos, los hombres somos simples “lleva bolsos”, serviles choferes. No sé si es así, pero eso hago ahora: manejo callado y confiado en las peticiones de Leticia, quien me hizo ver la violencia que se descarga en el cuerpo de una parturienta. Lo que buscamos no es un parto como los de nuestras abuelas. Tampoco una conexión mística con “lo natural”. Nada de eso. Somos felices apenas con un lugar donde la que pone el cuerpo no sea tratada como a una enferma, como una paciente entubable más.

Tenemos dos opciones: o pagamos un parto domiciliario con una partera (un servicio que cuesta mil dólares y que no cubren las obras sociales), o nos trasladamos al único hospital público donde se respeta el nacimiento. Aunque esté del otro lado de la montaña.

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El edificio –una construcción moderna pintada en blanco y amarillo– se asemeja a cualquier otro hospital público provincial y es lo primero que se ve sobre mano izquierda, cuando se baja por el Camino de las Altas Cumbres a Mina Clavero. En frente tiene un mástil con dos banderas, una argentina y otra cordobesa, desgarradas por el viento de Achala.

Las nuevas instalaciones del Bellodi fueron construidas en 2012, cuando pasó de la órbita municipal a la provincial. Ya antes del traspaso era una referencia en nacimientos y lactancia materna en la zona. Es que a varios kilómetros a la redonda no hay otro hospital de mediana complejidad. Hace falta andar 50 kilómetros al sur, hasta Villa Dolores, para encontrar otro. O 120 hacia el norte, hasta Villa de Soto, por la misma ruta 14. Podría decirse que este es uno de los principales lugares de atención de embarazos y nacimientos para los habitantes de esta zona, los chuncanos, si no fuera porque también hay otros que, como nosotros, deciden trasladarse desde otras ciudades o provincias, escapando de la fría dinámica propuesta por el resto de los hospitales.

El Bellodi se rige por el modelo “Maternidad Segura y Centrada en la Familia”, un programa de Unicef cuyos ejes y principios buscan “estimular el respeto y la protección de los derechos de la mujer y del niño por parte del equipo de salud, promover la participación y la colaboración de la familia e implementar prácticas seguras y de probada efectividad”.

Se supone que aquí la embarazada no será sometida a prácticas higiénico-médicas rutinarias en otras instituciones, como rasurado, enema, anestesia epidural, oxitócina sintética y episiotomía, un tajo en la zona del perineo que “facilita” la salida del bebé. “Así que la valiente quiere parir con dolor… vas a terminar pidiendo la epidural a gritos”, nos dijo una obstetra en Córdoba. Otro aclaró que siempre usa la episiotomía en primerizas. “Es mi modo de trabajar”, se excusó, aunque la Organización Mundial de la Salud sostiene desde 1985 que no se justifica el uso rutinario del bendito tajo.

En la sala de partos del Bellodi, una embarazada puede parir en la posición que se le antoje. Adentro hay un banquito de madera, una camilla de 45 grados y hasta una pelota gigante para ir rebotando por todo el cuarto, una práctica que facilita la expulsión.

Hay otros tres hospitales provinciales que trabajan con Maternidad Segura y Centrada en la Familia: el Misericordia, la Maternidad Provincial y la Nacional. Pero el de Mina Clavero es el único con parteras –sí, parteras– entre sus profesionales. También, gracias a un convenio con la municipalidad local, las familias se pueden contactar con Mama Quilla, un equipo interdisciplinario que acompaña de forma gratuita a las madres durante el embarazo, el parto y el puerperio.

Lorena Musicarelli y Ana María Ruiz son las parteras del hospital. A ojimetro, suman más de 15 mil partos entre las dos. Egresaron de la Escuela de Obstetricia de La Plata y viven hace años en la zona. Según Ana María, iniciada en 1979, “la partera va creando un vínculo con la familia y la mamá, para que el entorno se vuelva más seguro y de confianza”. Para ella, un nacimiento es una fiesta. “Nosotras acompañamos, pero no somos las protagonistas de esa fiesta. Por suerte esta institución también lo toma de esa manera”, dice.

La obstetra Celsa Bruenner participó del diseño del perfil del hospital desde su lugar en la Dirección de Maternidad e Infancia provincial. Desde que se cerró la Escuela de Obstetricia en Córdoba, en 1971, “el enfoque es que todo embarazo es una enfermedad hasta que se demuestra lo contrario” dice. “Pero el noventa por ciento de los embarazos son normales. Por lo tanto, deben ser atendidos por parteras que hacen el trabajo de prevención y cuidado. Los médicos están para los partos complicados, su formación es de total enfermedad”, agrega.

En Holanda, por ejemplo, la mitad de los partos son atendidos en domicilios por parteras que provee el sistema de salud pública. Una pareja debe pagar si pretende ir a un hospital a parir sin una razón médica que lo justifique. En Inglaterra hay lugares especiales adaptados para los nacimientos  integrados a los hospitales, donde reinan las parteras. “Es una buena manera de cuidar los recursos profesionales: los médicos deben estar para cuando surgen complicaciones”, dice Celsa.

“Ningún médico quiere pasar ocho horas al lado de una mamá acompañando el trabajo de parto. Ese es una función de la partera, formada para eso”, agrega Lorena. “Hay que entender que los roles son distintos y que son tan necesarias las parteras para acompañar el proceso fisiológico, como los médicos para intervenir cuando se desvía”, dice.

Lo mismo sostiene la Organización Mundial de la Salud. En julio de 2014, tras un encuentro en Praga, la OMS emitió un documento donde sostiene que los países que usan parteras tienen mejores resultados perinatales: “Las parteras ocupan un rol crucial en el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de disminuir la mortalidad infantil y aumentar la salud materna. Al aprender estándares internacionales y al estar dentro de un sistema de salud, pueden prestar cerca del noventa por ciento de la atención, reduciendo potencialmente las muertes maternas y neonatales en dos tercios”.

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En su primera cesárea, Mariana Morán sintió como si a su niño se lo hubieran extirpado a serrucho. Lo recuerda como un acto de ultraje total. “Todo me lo hicieron de prepo. No me preguntaron nada”, dice, masticando siete años de indignación. El niño nació en la Maternidad Nacional, la clínica universitaria que hace poco suscribió al parto humanizado y se dispone a incorporar parteras a su staff. Por supuesto, nada de eso había pasado cuando Mariana quedó embarazada nuevamente, aunque ya estaba prevenida. No pensaba volver a pasar por otra experiencia como la anterior.

Ella quería pujar. O al menos intentarlo. Pero sabía que en los hospitales y clínicas le dirían que no, que mejor resignarse, que después de una cesárea no se puede tener un parto normal. Entonces, con su pareja barajaron las mismas posibilidades que ahora evaluamos nosotros: o parto en casa o viaje a Mina Clavero.

Con disponibilidad y tiempo para trabajar en otra ciudad, alquilaron una cabañita barata en Mina Clavero, cerca del hospital, y se instalaron 15 días antes de la fecha. Allí estaban cuando Mariana sintió los apremios del parto. “Esperamos unas horas en la casa antes de ir al hospital. Llegamos y me trajeron la pelota, me dieron una habitación para hacer el trabajo de parto. Ahí pude dilatar bien y esperé tranquila, pero lamentablemente el proceso no se completaba. Mi hija no hacía los movimientos adecuados para salir. Entonces me dijeron que tenía que ir a cesárea”, cuenta.

En el quirófano del hospital de Mina Clavero solo se practican cirugías programadas, por falta de personal. Cuando hay que hacer una cesárea, las pacientes son trasladadas a Villa Dolores, a media hora en ambulancia. Allí nació la segunda hija de Mariana. La intervención fue corta y al instante estuvo con la niña.

Entre cesárea y cesárea, Mariana siente que saltó un abismo. “En el segundo caso yo pude transitar el trabajo de parto. Me siento gratificada, porque mi hija y yo hicimos todo lo posible para que sea un parto natural. Descubrí que sí se puede parir después de una cesárea. Mi cuerpo respondió perfectamente. Me siento muy bien”, dice ahora.

En los hospitales públicos de Córdoba, uno de cada tres bebés nace por cesárea. En los privados, siete de cada diez. Aunque las OMS advierte desde 1985 que el promedio de esas intervenciones no debe superar el 15 por ciento, las operaciones son programadas por los obstetras casi desde las primeras consultas, generalmente en la semana 38 de embarazo, cuando se está a tiempo de impedir que el parto desencadene algún imprevisto para el profesional. Es como cortar una fruta a punto de madurar, por temor a que caiga del árbol cuando no estemos cerca.

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No debe ser fácil ser partera en una institución pública. Aunque son profesionales, como una obstetra, a ellas les queda relegado el lugar de la intuición, casi al borde de la medicina. En este hospital también se percibe ese choque de paradigmas, entre intervenir o dejar hacer, esperar. Silenciosamente, las parteras son resistidas por sus pares. Pero aquí el equilibrio no se rompe, porque todo funciona engranado en una política institucional que consiste en respetar los tiempos fisiológicos del nacimiento. Algo tan simple como cumplir la Ley Nacional de Parto Humanizado (25.929), que establece ciertos derechos para los padres.

Si la pareja lo considera necesario, puede escribir un Plan de Parto y Nacimiento, que consiste en un documento avalado por el Ministerio de Salud de la Nación, donde se deja constancia de los deseos, necesidades, creencias y pautas culturales de la embarazada. En rigor, ese plan sirve para todas las instituciones, aunque es costumbre no informar sobre su existencia.

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En este hospital trabaja mi mamá. Se sumó al equipo de enfermeras cuando el hospital pasó a la provincia. A mamá siempre le gustó estar en partos. Cuando era niño, le decía a mis amigos: “Yo a vos te tiré de las patas”. Aunque la frase tiene en sí algo de anómala, porque los niños nacen generalmente de cabeza y no de patas, la usaba para jactarse de haber atendido los partos de varios. Ella sueña con decirle algún día a mi hijo que lo tiró de la patas. Pero aquí se produce un dilema: en la sala de partos no se puede ser madre, suegra, abuela y enfermera al mismo tiempo. Algo de todo eso podría romperse. Lo mejor sería que espere del lado de las abuelas.

Como a mi mamá, a muchos en nuestra familia les cuesta digerir la idea de que queramos tener un parto con parteras. Pero entran en crisis cuando les preguntamos cómo fueron sus propios nacimientos.

Por ejemplo, el cordón umbilical de mi mamá está enterrado al pie de una palma en Ojo de Agua, en el más lejano oeste cordobés. A pocos metros de allí estaba el rancho donde nació, ayudada por una partera. Mi abuela no tuvo ni que moverse –para qué, a dónde–, la mujer llegó a caballo y se fue cuando todo estaba listo. Diecinueve años después mi madre viajó hasta la clínica más cercana para tener el primero de sus tres partos. Cuando le pregunto qué hizo con mi pupo, a ella le gusta decir que se lo comieron los gatos.

* Texto publicado en el perfil de Facebook en diciembre de 2014, a pocos días del nacimiento de su hijo.