Julia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-
Se cumple un año del día en que ejecutaron a Jonathan y Brian en Villa 20 y el barrio se junta para recordarlos. El 7 de agosto de 2014 la policía le disparó a cuatro jóvenes que iban en un auto. Ellos dos murieron, uno quedó con una bala cerca del pulmón y otro fue detenido. El parte de la policía dice que habían robado el auto, que los persiguieron, que los jóvenes dispararon. En la rueda de reconocimiento, el dueño del auto no los identificó y la familia denunció que los acribillaron.
La noche de la balacera decenas de vecinos salieron de sus casas para ver qué pasaba. Cuentan que los policías estaban de civil, que tiraron a matar, que los tiros iban en una sola dirección, que no hubo enfrentamiento y que uno de los oficiales sacó un arma plateada. Jonathan quedó tirado solo en un pasillo, a Brian lo dejaron desangrar adentro del auto y no permitieron que lo subieran a la ambulancia. Rosa -la hermana de Jonathan- y Omar -el papá de Brian- se dedicaron a buscar testigos, visitar vecinos, caminar el barrio.
-¿Era tu hermano, Rosita? No sabía. Lo siento mucho- le dijo una vecina cuando la vio pasar- Yo salí como loca, con una ojota de cada color, a buscar a mi hijo de 15 que no sabía si estaba en el quilombo.
Más tarde, cuando Rosa la fue a buscar para preguntarle si podía testificar, alguien abrió la cortina y avisó que la vecina no estaba. “No es solo la impunidad de la policía, también es la del barrio, la gente tiene mucho miedo”, dijo a Cosecha Roja Rosa.
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A Jonathan le decían el encantador de niños porque todos lo seguían. Tenía 17, nueve hermanos y diez sobrinos. Cuando estaba castigado los pibes se quedaban en la puerta de la casa haciéndole el aguante. “¿Cuándo sale el Yoni?”, le insistían a Reina, su mamá. Días antes de morir le había pedido a la familia que lo internaran para dejar la droga. Hacía un año que había empezado a consumir más. Ese jueves Reina volvió a las tres de la tarde. Había estado averiguando dónde internarlo. Subió al cuarto de Jonathan y charlaron sentados en la cama. A la noche él salió a comprar pollo y nunca volvió. Horas después ella recibió un llamado: del otro lado del tubo, le decían que podía arrancar los trámites para el tratamiento. “Es tarde, mi hijo está bajo tierra”, les respondió.
A Brian nadie le decía Brian. “Por siempre Papu” dice la pintada que hicieron los amigos sobre la Avenida Cruz. Tenía 19 años, había venido de Cochabamba a los 3 y era ansioso, caprichoso y burlón. “Te aparecía de atrás y te pellizcaba la oreja”, contó a Cosecha Roja Omar, el papá. Cursaba en una nocturna y hacía boxeo: entrenó primero en el club Yupanqui y después en Chicago. Fue al primero que balearon pero el último en llegar al hospital. Los amigos denuncian que lo abandonaron. Los vecinos cuentan que la policía no dejó que lo subieran a la ambulancia. Quedó en el auto. Miraba y temblaba. Agonizó casi doce horas. Murió en el hospital y se desangró hasta el entierro. “En el cajón había sangre”, dijo Omar.
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Rosa contó que los cuatro pibes se subieron al auto en Chilavert y Laraya. Hicieron una cuadra y los empezó a perseguir la policía a los tiros. Eran las 9 de la noche. En el volante iba Matías y al lado, Brian, que quedó herido en el asiento hasta que la policía desarmó la escena y arrastró el auto hacia la Avenida Cruz. Atrás iban Jonathan y un joven de 17 que quedó imputado por el robo -fue herido y tiene una bala cerca del pulmón que no pudieron operar-.
Iban por la calle Pola cuando decidieron parar. “Si se va a terminar algo, que se termine acá, en la villa”, dijo a Cosecha Roja el único sobreviviente. El adolescente intentó escapar pero le pegaron dos tiros que entraron y salieron por la pierna y otro que quedó adentro del cuerpo. Matías, el conductor, bajó y se tiró al piso.
Omar, el padre de Brian, vio cuando un policía le puso la pierna encima a Matías y le apuntó a Jonathan. Tenía las manos en alto, pero igual le disparó. “Mi hermano tenía en la cara las marcas de las balas que lo rozaron. Por eso trató de escaparse”, contó Rosa. Entonces Jonathan se dio vuelta y corrió. El policía siguió disparando. El tiro le dio en el omóplato.
Jonathan atravesó la cuadra entera de la calle De Los Sueños y cayó, herido, en un pasillo. Pasó un rato largo entre que los familiares escucharon los tiros y lo encontraron. Un amigo lo subió a un remis y Reina se metió. Durante el viaje le pidieron a Jonathan que aguantara. “No, papi, por favor”, le suplicó la mamá mirándolo a los ojos. Jonathan murió en el viaje.
“Yo le dije que no se subiera”, dijo a Cosecha Roja un amigo de Jonathan. La Surán, según Rosa, estaba hacía dos días estacionada enfrente de la Escuela técnica Ingeniero Delpini, en Chilavert al 5400. Dicen que los pibes “salieron a dar una vuelta villera”. “Para mí ese coche era un señuelo”, dijo Rosa.
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A las 2 de la mañana, los canales de televisión hablaban de “dos malvivientes fallecidos”. Brian (Papu) resistía. Murió al día siguiente. Sus papás vinieron de Bolivia en 1992 y unos años después se separaron. Ella trabaja de costurera. Él fue albañil y ahora es soldador: entra al trabajo a las 8 de la mañana y sale cuando puede. A veces Papu, que vivía en la habitación de abajo, lo esperaba para comer. A veces no y le hacía un té cuando llegaba. Había una pregunta de rutina: “¿Qué me trajiste, Pá?”. Omar siempre caía con algo: chocolates, papas fritas, cualquier cosa. “Me revisaba el bolso ni bien llegaba”, contó. El cuarto de Brian salía 600 pesos, tenía una cama, un LCD, una compu, un calentador eléctrico y un roperito. Todo eso lo empeñó para enterrar al hijo.
El día de la balacera Omar había vuelto de trabajar a las 8. Papu andaba en la esquina, tenía puestas unas zapatillas azules casi nuevas, un pantalón deportivo y una camperita con capucha de la que Omar no se va a olvidar nunca porque después la policía la usó para tapar la herida de bala.
Cuando terminó de cocinar la cena, el papá salió a buscarlo y se encontró con Matías apuntado por la policía pero no lo vio. Ahí fue cuando escuchó los tiros y empezó a ver que todo el mundo salía de las casas. En medio de la confusión alguien le dijo que su hijo era ese, el que estaba adentro del auto. Papu tenía la mirada perdida y la cabeza floja, tirada para un costado.
Vio que llegaba una ambulancia y se ilusionó. La policía no permitió que atendieran a Papu y arrastró la Surán con él adentro. Los vecinos tiraban ladrillos, palos, cascotes y Omar fue a la Comisaría 52 a preguntar a dónde habían trasladado a su hijo. No estaba allí. Tampoco en la salita de Lugano I y II. Entonces volvió a la comisaría y descubrió que siempre había estado ahí. Murió a la mañana siguiente en el Santojanni. El papá lo reconoció en la morgue judicial por el tatuaje del brazo.
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El festival por los Derechos Humanos empieza a las 2 de la tarde en Barros Pazos y Pola. “Lamentablemente estos hechos no son aislados, ni suceden de manera esporádica. Por el contrario, son hechos recurrentes que afectan la vida de los vecinos y vecinas que viven en los barrios más humildes, y necesitan de la complicidad estatal para que se ejerzan con completa impunidad. El barrio también recuerda el caso de Jonathan “Kiki” Lezcano y Ezequiel Blanco como ejemplos de este accionar”, escribieron las organizaciones de Villa 20.
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