Alejandra Arteaga – Milenio.-
Marissa estaba desesperada. Aún tenía fe en que el cuerpo que estaba a punto de ver no fuera el de su esposo, Julio César Mondragón. Antes de pasar al anfiteatro del Servicio Médico Forense de Chilpancingo la detuvieron: ¿está segura que quiere pasar?
Los forenses repetían la pregunta porque lo que le había pasado a Julio César era terrible. “¿Está segura que quiere verlo?”, “tiene que ser muy fuerte”, insistían.
“Pues… pasé”, dice Marissa Mendoza. La esposa del normalista apenas podía contener el dolor que le rompía la voz. “Jamás nos dijeron que Julio César había sido encontrado así, en ese estado….fue desollado”.
La única explicación que ella encuentra es la tortura.
Era sábado en la mañana cuando Marissa, de 24 años, escuchó el nombre de su esposo en los noticieros. Julio César Mondragón era uno de los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa muerto en una balacera en Iguala. Marissa estaba en la ciudad de México.
No había hablado con su esposo en varios días porque había perdido su teléfono celular. Intentó hablar con sus compañeros normalistas, pero nadie le decía nada, así que el domingo viajó a la Normal de Ayotzinapan.
Julio César, de 22 años, se fue a vivir a la Normal a mediados de julio, un mes antes de que naciera su hija, Melissa. “Estaba allá para superarse, para que cuando saliera, me prometió, iba a comprar un piso para que viviéramos juntos, viviéramos con nuestra hija”.
“Era un hombre extraordinario, el mejor de todos, era muy cariñoso, detallista, era muy atento conmigo”, cuenta.
Aunque sólo gozó a su hija dos meses, Julio César siempre fue un padre cariñoso. “Cuando estaba embarazada, le daba muchos besitos a mi vientre, me abrazaba. Deseábamos tanto que ya naciera para que estuviéramos con ella”, cuenta Marissa.
La joven conoció a Julio César durante un baile en el pueblito mexiquense de San Miguel Tecomatlán, donde él vivía. Después de esa noche no volvieron a hablar. Ella vivía en el DF y él allá.
“Después nos contactamos por Facebook. Empezamos a platicar. Estuvimos así, que será, uno o dos meses, en contacto por Facebook. Después decidimos rencontrarnos personalmente, y él vino al Distrito”, cuenta.
Fue en Facebook donde Marissa vio por primera vez el cadáver de su esposo, el sábado 27. “En el Internet, en Facebook, subieron varias fotografías, entre ellas, pues la de Julio César. Entonces, como yo conozco su ropa, conozco parte de su cuerpo y todo, descubrí que era él”.
Al llegar a la Normal de Ayotzinapa, los estudiantes que viajaban en el camión con su esposo le contaron lo que había pasado durante la balacera.”Me dijeron que fueron a una actividad y que ya venían de regreso cuando los interceptaron unas patrullas. Y que los chavos se bajaron amablemente diciéndoles que por favor les permitieran el paso, entonces los policías comenzaron a dispararles. Sin ninguna razón”.
Los mismos compañeros de Julio César le recomendaron a Marissa que fuera al Semefo a reconocer el cuerpo de su esposo.
“Sentí mucha tristeza de que ya no volvería a ver a Julio César y se me vinieron muchas imágenes, así como si yo hubiera estado con él en el momento en que le hicieron eso, de que le quitaron la cara completa, vivo, torturándolo de la manera más cruel, porque ni siquiera tenía impacto de bala, solamente tenía muchos golpes, en la parte del pecho, la cintura, la manos”, dijo.
La policía de Chilpancingo le dijo que habían encontrado el cuerpo de Julio César “en la zona industrial (de Iguala), cerca de Pemex”, que “ya estaba la denuncia y que todos los policías estaban arraigados. Y que no están laborando, ninguno, en Iguala, y que iban a estar investigando”.
Marissa no sabe quién mató a su esposo ni por qué ni cuándo dejará de quemarle el pecho el dolor de haberlo perdido. Ahora sólo le queda su pequeña hija de dos meses, Melissa, que tiene la cara de Julio César. Ella es “él único recuerdo que tengo de él”.
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