El miércoles 15 de noviembre Aldana Nuñez llegó al hospital Paroissien de Isidro Casanova, en La Matanza, con un embarazo doble de ocho meses. Lo había atravesado sin mayores contratiempos. Ese día tuvo contracciones desde temprano. Con su pareja, Carmelo Morales, decidieron controlar qué estaba pasando. La joven de 21 años, mamá primeriza, cruzó la puerta de la habitación que le asignaron a las dos de la tarde. Su familia la volvió a ver cerca de la medianoche, después de haber parido a Máximo de forma natural y a León con una cesárea que se complicó.
-Pujá, no digas que no podés porque acá nadie puede decir que no puede. Tu hijo se está asfixiando por tu culpa-, le decía el obstetra, mientras dos enfermeras se trepaban a su panza para cambiar la posición de su segundo bebé a fuerza de golpes y empujones.
La médica que había seguido todo su embarazo en el mismo hospital le había aconsejado una cesárea por su contextura física, pero nadie escuchó a Aldana. Después de parir a su primer bebé, le dijeron que el segundo se había girado a último momento y que tenía que pujar fuerte para que saliera, que todo dependía de su voluntad.
-Quiero que venga mi marido, no puedo pujar más, no tengo fuerzas-, les dijo la joven, mientras otras cuatro mujeres que estaban en trabajo de parto eran testigos de la escena. A Carmelo nunca lo dejaron pasar.
Media hora después, León nació por cesárea. “El cuerpo estaba lleno de hematomas, nació asfixiado, tuvo varios paros cardíacos y convulsiones, quedó en neonatología y dos días después nos dijeron que no había nada que hacer, que lo dejáramos descansar. Aldana sigue internada y está muy mal, sabe que volver a su casa con un solo bebé va a ser muy duro, sobre todo después del maltrato físico y psicológico que sufrió”, le dijo a Cosecha Roja Mayra Morales, una de las hijas de Carmelo. El sábado, su familia hizo la denuncia en la UFI Nº 3 de San Justo y ahora espera la autopsia de León.
La historia de Aldana es uno de los tantos relatos de violencia obstétrica que llegan a Cosecha Roja cada vez que publicamos una nota sobre el tema. Esta vez, los relatos comenzaron a llegar luego de publicar la historia de una chica de 24 años que quedó con una discapacidad cerebral por mala praxis durante su parto.
No son casos aislados. Según el primer informe del Observatorio de Violencia Obstétrica de la agrupación Las Casildas -para el que se encuestó a casi cinco mil mujeres de todo el país- el maltrato verbal y las prácticas invasivas sobre los cuerpos de las gestantes es constante. Al 33 por ciento de las mujeres encuestadas le hicieron sentir que ellas o sus bebés corrían peligro, el 54 por ciento no se sintió contenida ni pudo expresar sus miedos durante el parto, el 40 por ciento no pudo ejercer su derecho a estar acompañada mientras paría y al 70 por ciento le rompieron artificialmente la bolsa.
“La violencia obstétrica está cada vez más visibilizada pero se va a necesitar mucho tiempo para cambiar la forma en que se pare en nuestro país. La práctica en obstetricia tiene que empezar a mirar más a la gente y basarse más en la ciencia que en las creencias. Si la Organización Mundial de la Salud dice que debe haber hasta un doce por ciento de cesáreas sobre el total de partos como un número no objetable, pero 4,7 de cada diez de las mujeres que encuestamos nos dijeron que les hicieron cesárea, algo está fallando”, dijo a Cosecha Roja Julieta Saulo, integrante de Las Casildas.
A pesar de que ya pasaron 13 años de ese 17 de noviembre en que un anestesista le perforó la médula con una epidural, a Paula Pisak la siguen asaltando los recuerdos de los síntomas que tomaron su cuerpo media hora después de parir por cesárea en la clínica privada Candia, de la provincia de Misiones. Cuatro horas después de empezar el trabajo de parto estaba totalmente dilatada y con la bolsa rota, lista para pujar, pero su médico la mandó a cesárea. En la sala de anestesia, la ataron y le pincharon cinco veces la columna.
“Después del parto no podía más del dolor de cabeza, vomitaba verde, caí en coma y pensaron que estaba dormida por cansancio, pero el pecho se me infló como una bolsa por la falta de oxígeno y recién ahí se dieron cuenta de que estaba mal. Recuerdo como si lo estuviese viviendo hoy la impotencia de sentirme presa en mi cuerpo, asfixiarme, no poder tragar y querer pedir ayuda sin poder moverme ni hablar”, le contó a Cosecha Roja a través de Whatsapp: Paula quedó sorda por la mala praxis.
Tampoco tiene sensibilidad de la cintura para abajo, no siente el sabor de lo que come y le quedó un párpado caído que ni las inyecciones de botox lograron reparar. Fueron nueve años de rehabilitación en una clínica de Buenos Aires que le permitieron volver a caminar, pero perdió su trabajo como docente, la obra social puso cada vez más resistencia y cuando la plata se le acabó, también terminaron los tratamientos. “Hoy camino como un robot, pero lo que más me duele es no haber podido ver crecer a mi hija”, contó.
En 2005, Paula inició una demanda judicial por mala praxis, violación del deber de seguridad, daño material, daño moral y daño al proyecto de vida. Hace casi tres años, logró un fallo favorable en primera instancia por parte del Juzgado Civil Nº 6 de su provincia, pero la apelación de los demandados y un cambio en el dictamen del cuerpo médico forense cuando se estaba por dictar la sentencia hizo que la causa fuera derivada a la Cámara de Casación y ya no hubo novedades por parte de la Justicia.
“Es importante que las mujeres que se sepan violentadas denuncien lo que les pasa porque eso ayuda a seguir visibilizando para que el sistema médico hegemónico y patriarcal revea sus conductas”, dijo Saulo. Las Casildas tiene un convenio con la Defensoría del Pueblo de la Nación para facilitar las intervenciones ante hechos de violencia obstétrica y, a pesar de la lentitud que suele mostrar la Justicia en estas causas, remarcan que es importante no callarse.
“Es necesario escuchar cada vez más a las mujeres para lograr que sus derechos dejen de ser vulnerados sistemáticamente y que este tipo de violencia de género que está naturalizado se empiece a deconstruir”, explicó Saulo.
Los relatos que llegaron a Cosecha Roja lo demuestran: las mujeres no nos callamos más.