Miriam Maidana* – Cosecha Roja.-
“Sueñas el príncipe azul/ nena chiquita eres tú/ luna de queso tendrás/ donde la luna saldrá….”
Romina no debe pesar más de 40 kilos. Tiene 15 años y acaba de enterarse: está embarazada de 4 meses y tiene diabetes. El médico todavía no pasó a verla y la historia clínica no está. Le pido a la enfermera si puede hablar con alguien del cuerpo médico para que le expliquen a Romina los cuidados del embarazo y la diabetes. Se levanta enojadísima, ingresa en la sala a los gritos y dice: “¿Qué andás diciendo vos? ¿Cómo que no te vio la médica? Sos una mentirosa, como todas…”.
Interrumpo. Me parece innecesario gritar en una sala vacía con una chica de quince años sola en una cama. Tiene algo para decir. La enfermera sigue a los gritos: “Nos hacen quedar mal, dicen cualquier cosa, son mentirosas, todas iguales…”. Le digo que salga, que nos vamos al office. Allí me dice que la médica habló con la mamá de Romina en el pasillo y le dijo lo que pasaba. ¿Y porqué no puede hablar con Romina? “Porque es menor”. Ah….
***
La sala está desocupada. Hay tres camas vacías y una cuarta junto a la pared. Allí está Romina. Habla con un hilito de voz y la panza impresiona como una nuez. Tiene 15 años, su novio 17. Él trabaja en un lavadero, dice que se llevan “bien”, aunque su primer amor, el más importante, dice, es su mamá: “Ella es todo”.
Por “ella es todo” Romina dejó el colegio en tercer grado, a los diez años. “Yo tengo algo en la cabeza, y las maestras me decían que era corta…Igual mi mamá me necesita: somos 8 hermanos, yo soy la mayor y tengo que cuidar a los más chiquitos”. Le gusta la cumbia romántica, aunque no sale a bailar: “tengo miedos”.
Hasta ayer Romina no sabía por qué se sentía mal. Hace dos meses comenzó con vómitos y dolores de cabeza. Su mamá la llevó al referente familiar: doña Zulma. En esa barriada que orilla el arroyo -donde la basura hace estragos en los niños y niñas que juegan en la calle todo el día- ella es “la curandera: ella nos conoce, nos cura de todo”.
Doña Zulma diagnosticó que lo de Romina era “un daño”. “Me hicieron un daño. Me dijo que era otra chica que antes andaba con mi novio, y como él la no quiso más y ahora está conmigo me dañó”.
La curandera usa lenguajes raros, cierra los ojos, la frota con un líquido y le da unas velas para el tratamiento. Y le dice clarito que no tiene que olvidarse de prender las velas a la misma hora durante 30 días. Sino, dice, “el daño te puede provocar la muerte”. O, peor aún, “no vas a poder tener hijos.”
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“Suenan las doce y tendrás/ zapatitos de cristal/Príncipe azul ya vendrá/ Ratoncito lo traerá…”
Romina no mejoró mucho del malestar. Hasta que ayer se cayó redonda en el comedor de su casa y ya no alcanzó con Doña Zulma: ingresó al hospital materno-infantil sin haber recuperado el conocimiento.
Cuando despertó en una cama de una sala vacía, tapada con una sábana, estaba sola. La mamá no puede ocuparse de ella. “Yo no puedo ser una carga, soy la mayor, a mí me toca ocuparme de mis hermanitos”.
Al rato una enfermera le preguntó cuándo venía algún familiar responsable. La mamá pasó un ratito a dejarle una bombacha y una remera y ahí Romina se enteró de que estaba embarazada y que era diabética. La enfermera le preguntó si había antecedentes de la enfermedad en la familia. Y sí, el papá de Romina perdió un pie y posiblemente deban cortarle la pierna. Dos de sus hermanos más chicos tienen la enfermedad y otros hijos más grandes del padre también. “Pero a las mujeres no les dá diabetes”, le dijo su mamá, “para mí que te están diciendo cualquier cosa”.
“Usted sabe si hay mujeres diabéticas? Porque si es el daño…”, pregunta Romina. Le digo que no crea que sea el daño, que hay niñas y adolescentes diabéticas, que ella está embarazada, que solo tendrá que cuidarse un poco. Llora, se angustia. Doña Zulma fue clara: “el daño puede provocarte la muerte”.
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“Cuando despiertes del sueño/ ya no tendrá Luna el cielo/ debes buscar ese beso…”
A partir de los 13 años las niñas-adolescentes son consideradas obstétricamente como mujeres. Pero hasta los 18 no pueden recibir métodos anticonceptivos, ser informadas de sus estados médicos ni documentar a sus hijos si no hay un familiar “responsable”.
Voy a hablar del caso con la médica. Dice que la entrevista con la madre de Romina fue breve. Que estaba “apurada” porque como Romina no está “tuvo que dejar a los chicos solos”. Que el papá de Romina está todo el día bebiendo desde que la diabetes le impidió salir a hacer las changas. Que ella trabaja todo el día. Que cuanto antes Romina salga del Hospital mejor, porque ella si no trabaja no cobra y entonces no comen. Que además ella necesita estar fuera de la casa la mayor parte del día “porque entre mi marido y los chicos me vuelvo loca”.
Le pido a la médica que hable con Romina y busco a la nutricionista que tiene una mirada comunitaria y un lenguaje claro y amable. Le explica sencillito qué no debe comer, le dice que si se cuida no tendrá problemas durante el embarazo y que saque los turnos para sus controles.
También le ofrecemos con el equipo un espacio para hablar de estos “daños” que tan preocupada la tienen. Ella dice que siente la panza “dura”, que tiene miedo. La revisan nuevamente y le dan turno para ecografía y monitoreo. Romina susurra apenas que tiene que volver a su casa, que tiene que cuidar a sus hermanitos, que extraña a su mamá.
Se va con toda una pila de papeles: debe documentarse, controlar el embarazo y hacerse revisiones ginecológicas por primera vez en su vida. Cuando entrevistamos a la madre para hacerla firmar un “compromiso” de que Romina cumplirá el encuadre médico para sostener el embarazo –con una derivación a la salita que queda a dos cuadras de su casa, para que no se le dificulte tanto el acercamiento al cuidado prenatal- nos dice: “Yo sé lo que necesita mi hija” y firma.
La enfermera gritona nos recibe en la próxima recorrida de sala con una sonrisa: “Hoy no tenemos ninguna internada, ¿necesitan algo más o puedo seguir trabajando?”
De una olla pequeña sale un aroma a guiso….
* Psicoanalista
Notas:
1- Una constante que venimos debatiendo en nuestros espacios de formación e intercambio para profesionales de salud mental en hospitales es cómo trabajar con el personal administrativo y de enfermería dentro de los mismos. El dr. Zaffaroni en los ochentas comparaba a los policías sin carrera (de cabo para abajo) y a los ladrones: pertenecían a la misma clase social, los diferenciaba que unos tenían “legalidad” para portar armas y vestían uniforme y otros no. Hay similitudes en estos casos.
2- Me cuesta despegarme de la imagen de Romina sola en una sala grande con camas vacías, atormentada por sus “daños”.
3- Habría que revisar las leyes en cuanto a la situación de “ser menores”: en ginecología y obstetricia las tratan como mujeres cuando se embarazan a partir de los trece años. En los servicios de planificación familiar, documentación, cuerpo médico clínico de guardia e internación las consideran “menores”: deben tener un responsable adulto familiar directo para acceder a tratamientos, trámites e información acerca del cuadro por el que fueron ingresadas, igual que cuando tienen a sus bebés internados en Neonatología.
4- En la semana de la restitución del derecho a la identidad del nieto 114 (Guido Montoya Carlotto), abrimos un espacio para pensar en futuras notas si las embarazadas niñas y adolescentes en situación de alta vulnerabilidad, usuarias de sustancias psicoactivas en algunos casos, con dificultades psíquicas, nutricionales, ambientales, etc., no son hoy día las “víctimas” de un sistema que les permite ir al colegio sin documentación, quedar por fuera de todo plan social. Como no tienen documento no son portadores de un nombre y apellido “legal”, saltan de la niñez a la adultez solo por una condición biológica (tras la primera menstruación tienen la posibilidad de embarazarse, lo que no implica que simbólicamente estén conscientes de lo que están atravesando). Pierden la infancia y todo derecho humano.
5- La canción es “Príncipe Azul” de Eduardo Mateo https://www.youtube.com/watch?v=dp7gfHcXz1o.
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