Arlen Buchara – El Ciudadano.–
Cepillo, un veterano que alternaba la albañilería con el narcomenudeo, fue asesinado en diciembre. Ahí quedó clara en el barrio una premisa que desde hace rato se verifica en el resto de la ciudad: la venta de drogas y los tiros van siempre de la mano.
Cuando en la noche del sábado 5 de diciembre pasado los vecinos de Lamadrid al 1600 velaban a Cepillo, a media cuadra, en el complejo de viviendas Fuerte Apache, tres casas ardían en llamas. El fuego llegaba para encenderlo todo, casi como un presagio de que las cosas iban a cambiar. La muerte de Cepillo, un viejo conocido y querido en el barrio Tiro Suizo, sólo demostraba algo que ya se sabe desde hace rato y que se respira en varios rincones de la ciudad: vender droga al por menor, sin grandes despliegues de organización y, sobre todo, sin violencia, no es ya posible.
La muerte de José Eduardo “Cepillo” Fernández no fue el fin del conflicto. La muerte nunca lo es. Ni siquiera el principio. El asesinato de este albañil de 58 años está en el medio, como un ojo de huracán que trae la calma sólo por unos segundos. Cepillo vendió porro y merca en Tiro Suizo por más de 30 años. El barrio se había levantando en las inmediaciones del club que le dio su nombre y lo había hecho literalmente, construyéndose alrededor del complejo que, con el tiempo, tuvo que ceder terreno para la apertura de calles. Cepillo vivía a metros de lo que se convirtió en el complejo de viviendas Fuerte Apache. Su negocio era familiar y lo compartía con sus hijos (conocidos como Los Cepillo) y sus diferentes esposas. También era una economía fluctuante que alternaba con la albañilería. “Ahí en Tiro Suizo, si bien todo el mundo es falopero, no hay dónde comprar droga, nunca hubo un búnker. Cepillo era un tipo serio, muy discreto, que vendía poco, no como una mafia”, contó un conocedor de la zona.
Sin embargo, la competencia no demoró en llegar, y fue de la mano de una nueva generación.
El ascenso del rival
Lucas tiene unos 30 años y sus vecinos cuentan que hace dos empezó a vender al menudeo. Cuando entró en el negocio de las drogas vivía en la casa de sus padres, ubicada sobre Lamadrid frente al dispensario. “Lucas es un pibe conocido, todo el mundo lo quiere, no es un mafia. Vendía poco, pero como en el barrio se vende poco y se consume mucho, enseguida consiguió clientes. El problema es que no arregló con la cana y le allanaron la casa. Ahí se le pudrió todo con los viejos”, contó un vecino que tiene décadas en el barrio y confirmaron fuentes de una fuerza de seguridad.
Sus vecinos relatan que Lucas se fue de su casa materna mientras terminaban las obras de las nuevas viviendas de Fuerte Apache. Pero no estaba solo. Adrián, un leal amigo que vivía en el complejo, le cedió un pedazo de su patio para que pudiera vivir. “También vender”, aclara una habitante del barrio.
Allí, desde un pequeño punto de venta, el negocio no demoró en crecer. Al poco tiempo ya tenía sus soldaditos, un grupo de adolescentes del barrio a los que llevaba a comer los domingos a alguna céntrica parrilla rosarina. Todavía las mujeres del barrio recuerdan el último Día de la Madre, cuando Lucas las homenajeó con una noche de fuegos artificiales.
Con el crecimiento de Lucas, los problemas con Los Cepillo tampoco demoraron en llegar. Aparecida la competencia, todos los eslabones de la venta de droga debieron perfeccionarse y eso implicó buscar nuevos socios. Y si estaban armados, mejor. Así fue que de la mano de Cepillo llegó a Tiro Suizo una banda desconocida que enseguida generó temor. Algunos dicen que venían de Tablada, otros de República de la Sexta. Lo cierto es que eran varias familias con representación de todas las generaciones. Desde abuelos hasta nietos con una característica: todos gorditos. Enseguida, el apodo se instaló y con él llegó la fama de pesados de Los Gorditos.
Con Cepillo centrado en su negocio de albañilería, Los Gorditos trajeron otros códigos: “Son sumamente peligrosos. Increíblemente peligrosos. Andan altamente calzados, están parados en la calle con un revólver en la mano las 24 horas del día y venden con total impunidad”, narran en la zona. Tal vez por eso en Fuerte Apache no dudan en decir en que nadie los quiere y sólo les temen.
Un ladrón a caballo
Agosto de 2014 fue un mes determinante en el hilo tenso sobre el cual se sostenía la convivencia entre Lucas y la alianza de Los Cepillo y Los Gorditos. Tres días antes, Juan Daniel Hernández, un pibe de 25 años conocido como Juanchi, salió de la cárcel. Juanchi era amigo de Lucas y tenía prontuario de asaltante. Cuentan que andaba por las calles de pavimento montado en su caballo, en cuero y con un arma en mano, tirando al aire: “Juanchi era un personaje del barrio. Pero nunca vendió: siempre robó. De hecho, a los transas los odiaba. Porque acá es así: los delincuentes se tiran mala onda según el rubro de la delincuencia”.
Cuando Juanchi salió de la cárcel, enseguida tuvo problemas con Los Gorditos, porque si algo no tenía era miedo. El 23 de agosto de 2014 pasó frente a la casa donde solían vender y los bardeó. La respuesta fueron 20 tiros que terminaron con la vida y el coraje del ladrón. Sin embargo, su muerte le costó a Los Gorditos la indignación de todo un barrio y el destierro. En ese entonces, Lucas recién se instalaba en la casa de Fuerte Apache y, sin Los Gorditos en las calles, su negocio se afianzó tanto como las tensiones con Cepillo.
La caída de Cepillo
Los meses pasaron en una tensa tranquilidad, lo que a los vecinos les llamó la atención, la que se vio interrumpida a fines del año pasado. Porque a esta altura es necesario aclarar algo: si bien Lucas y Los Cepillo se enfrentaban, también compartían negocio.
Cuando Los Cepillo se quedaban sin mercadería le compraban a Lucas, aunque siempre había que demostrar quién era más guapo. Describen que, un día, un hijo de Cepillo fue a comprar a lo de Lucas. Estaba Adrián, quien le mostró que estaba armado. El hijo del Cepillo quiso ser más pesado y le robó el arma.
A fines de noviembre pasado, un soldadito de Lucas cayó preso por robo. Afirman que en la comisaría fueron claros: pagaba o quedaba preso y daban intervención a Tribunales. El soldadito no tenía un peso y llamó a su patrón. Pero Lucas se negó a pagar por él y la Policía no tardó en llegar a Fuerte Apache. Con información precisa del funcionamiento de punto de venta, a Lucas le encontraron de todo.
Cuando el soldadito recuperó la libertad las cosas sólo empeoraron. El chico empezó a jugar a dos puntas, con Cepillo y Lucas, y la bronca con éste fue cada vez peor. Para el barrio era cantado que, si se cruzaban, sólo podían terminar mal. Los vecinos le decían a Cepillo que caminara con cuidado, que lo iban a matar. Pero el viejo era duro y “esos pendejos no le iban a pasar por encima”.
En la tarde del último 4 de diciembre Cepillo volvió de hacer un trabajo de albañilería y se instaló frente al dispensario a tomar un vino. La calle estaba colmada de vecinos y muchos vieron llegar a Adrián con el arma en mano. Algunos cuentan que incluso tenía un chaleco antibalas. Cepillo también estaba armado, pero el joven fue más rápido. Dos disparos en el pecho bastaron para terminar con uno de los vendedores de droga más viejos de la zona sur. Adrián corrió, subió a una moto y desapareció del barrio, igual que Lucas.
La noche siguiente, mientras velaban a Cepillo, en Fuerte Apache el fuego consumía la casa de Adrián, su clan y el negocio de Lucas. También ardía un auto de la familia de Leonardo R., un joven que quedó detenido señalado de ser quien manejaba la moto en la que, según los testigos, Adrián llegó para matar a Cepillo.
Fuego contra fuego
El fuego había sido la calma que dura hasta el nuevo coletazo. Al día siguiente, cuando sólo quedaban cenizas, de la mano de Los Cepillo desembarcaron de nuevo Los Gorditos. Esta vez, y casi como una provocación, se instalaron en las viviendas quemadas que habían sido la sede del negocio de Lucas.
Los Gorditos volvieron envalentonados, con soldados propios y aires de dueños del barrio. Y, con su desembarco, retornaron también los tiros nocturnos.
Desde entonces, todas las madrugadas los vecinos de Fuerte Apache escuchan los disparos. Motos y autos pasan frente a las viviendas quemadas y sus tripulantes hacen puntería. A veces, dicen en el barrio, son los exiliados Lucas y Adrián con nuevos socios y ganas de recuperar lo perdido. Otras, pibes que sólo les tienen bronca por su actividad de transeros y se les animan. Del otro lado, Los Gorditos responden al fuego con más fuego.
El crimen de Bebo
La madrugada del último 24 de diciembre un auto pasó frente a las viviendas donde están asentados Los Gorditos y se desató una fuerte balacera. Al día siguiente, en los medios locales se conocía la noticia de que un joven de 28 años había sido encontrado asesinado en la puerta de su casa del barrio 17 de Agosto. Se trataba de Jonathan “Bebo” Balmaceda a quien, según testigos, amigos lo pasaron a buscar en un Ford Fiesta blanco y, un rato después, lo dejaron en la puerta de su casa agonizante. Su padre lo llevó al hospital Roque Sáenz Peña, donde llegó sin vida. Tenía un balazo calibre 38 sobre la tetilla izquierda y sin orificio de salida. Los vecinos de Fuerte Apache asociaron su muerte con la balacera entre Los Gorditos y los ocupantes del auto. Según esta versión, Lucas estaba en ese vehículo con Bebo, un reciente aliado vinculado con el clan Cantero.
Foto: Leonardo Galletto
0 Comments on "Vivir y morir en el Fuerte Apache de Rosario"