Las voces van cobrando nitidez desde la penumbra. Frente a la pantalla, en torno a la mesa larga del salón de reuniones, cerca de treinta personas comienzan a oírlas esforzándose para distinguir imágenes que no aparecerán.

“No me gusta tanto el barrio. Se agarran a tiros todos los días”, dice una voz adolescente.

“No me gusta mi vieja. Anda buscando con quien juntarse. Yo le digo ‘bueno, juntate y ándate, así yo hago la mía’”, habla un joven de voz cascada.

“Cocaína, y pasta… A las escondidas de mi mamá y mi papá, a los ocho años”.

“Yo dejé la escuela. Dejé por la calle, a los 14 años me fui de mi casa. Vivía con mis abuelos”.

“Las mujeres están solas y tienen que salir a trabajar y sus hijos están solos y están mucho tiempo en la calle”. Las personas frente a la pantalla no se sorprenden del relato de la mujer. Pero luego aparece la voz de Nico con sus 14 años. “En mi barrio yo estoy en la esquina, todo el día. En mi casa para qué, si no hay nadie en mi casa”. Ha transcurrido casi un minuto y medio de la proyección y los que la miran desde sus sillas ya no esperan que aparezcan las imágenes. Las voces convierten en fortaleza su ausencia y el auditorio mantiene una atención que conmueve hasta el final del video.

No es una audiencia común. Los asistentes fueron convocados a esa reunión por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) para compartir sus impresiones sobre el “III Barómetro del Narcotráfico y las Adicciones: Venta de Drogas y Consumos Problemáticos”.

La crudeza de los testimonios es confirmada por los datos de la investigación del ODSA. Si en 2010, en tres de cada diez hogares se percibía la venta cercana de droga en el barrio, en 2015 el registro de venta de sustancias alcanza al 46,8 por ciento y en 2016 al 48. Pero en los barrios más postergados, 8 de cada diez encuestados tienen esa percepción.
¿Cómo explicar entonces que la percepción de adicciones severas en el hogar esté amesetada? Quizá porque al cabo de años de presencia sostenida de la droga en los barrios, las familias comienzan a naturalizar la situación. “Más que del avance del narcotráfico, este estudio da constancia del avance del narcomenudeo”, explicó Agustín Salvia, director de la investigación.

Cuatro de cada diez jóvenes admitieron haber probado una sustancia ilegal. Sin embargo, la droga percibida como más problemática, vinculada a la diversión y el esparcimiento e instalada cada vez con más fuerza no sólo en los sectores más vulnerables sino en toda la sociedad, es el alcohol: la no está prohibida y está vinculada al consumo de drogas prohibidas, al crecimiento de la violencia y también al incremento de las lesiones y muertes en incidentes viales. Ocho de cada diez jóvenes de 17 a 25 años señalan que han consumido alcohol al menos una vez, 56 por ciento consumió en los últimos 30 días y, cifra que no debería pasar inadvertida, el 35,6 por ciento de los jóvenes consumen en exceso varias veces por semana.

Las cifras de las investigaciones sirven de referencia. En la reunión hay representantes de SEDRONAR y de otras áreas de gestión nacionales y provinciales, de iglesias evangélicas, ONGs, investigadores del CONICET, y del Instituto de Investigación sobre Jóvenes, Violencia y Adicciones de la Cámara de Diputados bonaerense (IJOVENES).

Quienes piensan el problema desde la perspectiva de la seguridad se centran en la reducción de la oferta de sustancias. Sin embargo, las voces del video están muy presentes como para que el debate no se encamine a hacer eje en las personas e intentar comprender qué les falta a esos jóvenes.

Participantes vinculados a las políticas del anterior gobierno y funcionarios del actual, sentados como pocas veces en torno a una misma mesa, coinciden en la falta de políticas de Estado. Aunque duela que no se hayan construido, reconocerlo es un primer paso de sensatez. La síntesis del encuentro hablará de “la necesidad de construir Políticas de Estado de largo plazo que trasciendan las cuestiones partidarias y electorales, así como los ciclos de una gestión gubernamental”.

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Una mañana Federico apareció en la biblioteca de Puerta de Hierro con sangre en la cabeza y un buzo que le cubría el pecho. Temblaba. También tenía una venda en el brazo. Contó que a las cinco de la mañana jugaba al fútbol con los pibes con los que sale a robar y pasó un patrullero. Que uno le tiró una piedra. Y que, como el patrullero iba con el vidrio bajo, un policía recibió el impacto, tenía el brazo en la ventanilla y el arma en la mano. Y que cuando pasó, estiró el brazo y disparó al montón. La bala le dio a Federico en el hombro y no salió, se le alojó en el hueso. A la mañana fue al hospital Parossien y lo hicieron esperar mucho. Lo desnudaron, le pusieron suero y lo durmieron. Cuando se despertó, le preguntaron que le había pasado y le informaron que el hospital estaba obligado a hacer la denuncia. Se sacó la vía del suero y se escapó. En su Facebook publicó: “He venido creciendo en un barrio mortal. Como no trabajaba yo me puse a pensar que de todo lo ajeno me quería adueñar. Al pasar ese tiempo recibí una lección. Y una bala me cambió de opinión”.

El testimonio es uno de los tantos que hilvanan el relato y las conclusiones de “Dársela en la Pera”, el libro que expone dos años de investigación de IJÓVENES. Si uno advierte su similitud con los expuestos en el video, comprende que no es casualidad que sus autores hayan llegado a conclusiones coincidentes con las del III Barómetro del ODSA.

“Estamos ante una nueva realidad cultural en cuanto al consumo y sus límites. El consumo de sustancias psicoactivas se inscribe en una sociedad donde el consumo es uno de los principales valores: sos si consumís”. En el contexto que señala esa conclusión de “Dársela en la pera”, la penetración del narcomenudeo en sectores vulnerables y en sectores medios no se asocia a la operación de grandes carteles, sino a pequeñas unidades económicas familiares y bandas locales con cierto grado de organización, con la percepción de una fuerte complicidad policial.

“El problema de fondo es la exclusión social y precariedad en las condiciones de existencia, de las cuales las adicciones y consumos problemáticos son síntoma”, coinciden los expertos convocados por ODSA. “Se trata de una problemática que debe ser abordada de manera integral desde las políticas públicas en articulación con las poblaciones vulnerables y las organizaciones sociales de base, involucrando a la comunidad y a sus organizaciones en las políticas, en su diseño e implementación”.

Agregan que es fundamental fortalecer y crear tramas sociales orientadas a la prevención y promover la construcción de dispositivos de apoyo y contención a los jóvenes sometidos a adicciones en donde la educación, el deporte, la acción de voluntariado y el trabajo constituyen espacios fundamentales de recuperación y remarcan la importancia de contar con dispositivos de atención terapéutica de bajo umbral integrados al contexto de vida de los adictos. No debe trabajar solamente sobre la persona, sino sobre su vida cotidiana, incluyendo el papel clave que ocupa el grupo familiar y las redes de apoyo comunitario.

Hay una mirada especial para la particular vulnerabilidad que afecta a los adolescentes de entre 15 y 18 años, ante la ausencia de políticas para esa franja etaria. Se destacan algunas buenas experiencias que presentó el programa Envión, así como el nuevo papel que debe asumir la institución escolar de zonas de riesgo como un centro de apoyo, educación no sistemática y contención extraescolar.

Destacan la importancia de facilitar a los jóvenes tener un proyecto de vida y horizontes de “rescate” posible. Es necesario para ellos creer que todavía pueden salir. De allí la importancia de espacios de expresión, donde se ponga en juego la palabra.

Ante el consumo problemático de alcohol, coinciden en que no existen adecuadas regulaciones sobre su distribución, publicidad y venta, tampoco suficiente decisión política de legisladores y agencias públicas para poner límites a los intereses económicos que inciden en la proliferación de estos consumos.

La necesidad de políticas de estado suelen ser declamadas, pero luego oficialistas y opositores no logran superar las especulaciones de corto plazo. Estas conclusiones podrían no ser más que otro diagnóstico. Sin embargo, el rol de centralidad que ha ido adquiriendo la Iglesia desde sus dispositivos e instituciones académicas, el peso de la prédica del Papa Francisco y la heterogeneidad y amplitud de la convocatoria abren expectativas.

A veces se sostiene que en nuestro país no se investiga. Sin embargo, trabajos como éste dan testimonio de la existencia de una importante producción en materia de investigación social. Lo que sí sucede es que suele existir un abismo entre la investigación social y las decisiones políticas. La convocatoria es un buen paso para intentar reducir ese abismo.

La experiencia de numerosos curas de la Iglesia Católica desde los Hogares de Cristo marca un camino destacado por investigadores y observadores de distintos orígenes. En los inicios fue una estrategia embrionaria y focalizada en unos pocos territorios, pero en los últimos años ha logrado crecer y extenderse. Éstos y otros dispositivos que surgen del esfuerzo comunitario pueden tener una valiosa complementariedad con las tareas que debe llevar adelante el estado y constituyen una referencia que puede abrir la puerta a un cambio de actitud en la relación con las personas desde los dispositivos públicos. “Yo lo abrazo”, respondía el padre Bachi cuando le preguntaban qué hacía cuando se presentaba ante él alguien con problemas de adicciones. Necesitamos que el estado también abrace desde dispositivos con protagonistas motivados en su misión y capaces de tender la mano a quienes los necesitan.

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“Estaba remal, me la pasaba encerrado todo el día en mi casa. Una vuelta me quise apuñalar, estaba reempastillado y me clavé un cuchillo en el pecho. Pero no me pasó nada porque no tenía filo, entonces me quise ahorcar. En eso entró mi hermano, que vive al lado y me calmó”. Su hermano le propuso acompañarlo a la salita para comenzar un tratamiento. Fue un par de veces pero dijo que no le sirvió. No siguió el tratamiento, pero se sumó a la banda de hip hop de su hermano. “Hace ocho meses me sumé a la banda, empecé a escribir y dejé el Poxiran y la merca”.

“No voy al colegio directamente. No sé, me suspendieron. Le pegué a un compañero. Estábamos jugando a las bolitas, él me robó y yo le pegué. No quiero ir más a ninguna escuela”.

“Varias veces intenté lastimarme. Llegué a lastimarme el brazo, me hice unas cortaduras con un cúter oxidado para intentar dar lástima. En ese momento daba todo por perdido. Después me asusté y al otro día fui al médico de Solano”.

“Estoy al pedo todo el día. Me angustia porque yo quiero depender de mí”.

Al principio me daba impresión, porque les ponía anestesia en la sala y no lloraban. Atender a quicne pibes y que ninguno llore impresiona. Me resultaba raro porque en el consultorio era distinto, lloraban, protestaban. Parece que tuvieran un umbral de dolor distinto”.

“Los para la policía y me contaban que a veces les hacen firmar cosas. “¡No firman nada!”, les digo yo. No saben lo que firman, porque de hecho no saben leer”.

Los testimonios del informe del ODSA y del libro de IJOVENES se entrelazan sin que pueda distinguirse de donde proviene cada uno con la simple lectura. Todos muestran el dolor y del peso de las ausencias, aunque también dan algunas pistas de los caminos a seguir frente a voces desesperadas por tener una vida.

Resulta difícil pensar que el actual oficialismo o el anterior estuvieran en condiciones de convocar a sus opositores a poner en marcha una política de estado. Sin embargo, quizá esta convocatoria nos esté mostrando la esperanza de algo nuevo. No se hace de un día para el otro ni pueden esperarse cambios mágicos. Pero son espacios de debate y de consenso que pueden ser consolidados y fortalecidos para incidir sobre la opinión mayoritaria y las decisiones políticas.

“Trabajar y llegar cansado con el cuerpo, pegarme un baño, tomarme algo fresco y pasar una noche tranquilo. Para ser uno más del montón, quiero ser como todos”, se ilusiona una de las voces. Para que esa ilusión crezca, los que deciden tendrán que oír a los que sufren.