Por Fernando Brovelli*
El despertador de Matías suena a las siete. Jamás se levantaría a esa hora un domingo pero este día hay elecciones. Él no es un bicho raro en la Unidad Penitenciaria N° 9 de Villa Elvira, en La Plata. Muchos de sus compañeros del pabellón universitario ya desayunan, otro baldea el piso con agua y lavandina. Improvisan un debate con lagañas, que tiene más intercambios de chicanas que de diferencias políticas.
Mates, bizcochos, cumbia santafesina. La adrenalina crece hasta que se hacen las nueve. El coordinador educativo del Penal aparece en la puerta del pabellón. Comienza a pasar lista: apellido paterno, apellido materno y nombres. Los mencionados irán a votar. El derecho, desde el 2007, se aplica según la situación procesal. “Los procesados que se encuentren cumpliendo prisión preventiva tendrán derecho a emitir su voto en todos los actos eleccionarios que se celebren durante el lapso que se encuentren detenidos”, dice la reforma de la Ley 25.858 del Código Electoral Nacional. Los demás, una decena de tipos con condena firme que estudian ciencias sociales y piensan la política desde la teoría y el cuerpo, dedicarán su tiempo a elaborar las bromas a quienes no votaron los candidatos más legitimados intramuros.
Y tendrán mucho tiempo para pensarlas bien.
Los habilitados van en fila a través de los pasillos internos del esqueleto panóptico de la cárcel. Pasan por el sector de aislamiento, donde están los buzones: celdas sin ventilación, más pequeñas que las demás para estar incomunicado hasta que se termine el castigo con una rendija por donde les dan comida. Llegan a la reja que separa los pabellones de la escuela. Matías calcula que son unos 40. La voluntad de votar puja con la densidad del tiempo. Media hora después, agrupados de a cinco, pasan hacia las urnas. Varios aún no saben a quién elegir.
—Nosotros discutimos mucho porque somos compañeros con trayectoria académica. Pero esta elección estuvo marcada por cierto descontento y decepción para la política en general y para muchos candidatos —dice Matías.
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—¿Es la primera vez que votás?
—Sí.
—Y, ¿estás contento?
—No sé, me da lo mismo.
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El predio de la Unidad Penitenciaria N°9 ocupa cuatro manzanas, con un estacionamiento de autos a la izquierda y otro de motos a la derecha. Después de entrar por las verjas de la vereda, resaltan un farol en desuso y un altar con candado que encierra a la Virgen María. El edificio inmenso de color crema luce avejentado por manchas de humedad. La entrada la cubre un portón espejado de tres metros: lxs guardiacárceles ven a todxs lxs que se acercan, pero lxs que llegan no pueden ver adentro.
El domingo de las PASO 2021 es día de visita. Una fila de 20 mujeres, con algunxs niñxs, espera para entrar. También un varón de unos sesenta años. Además de ellxs, sólo llegan fiscales.
—¿Cómo? ¿Acá se vota? —pregunta una oficial de la policía platense a la que le toca recorrer varios penales para hacer guardia.
Para pasar al hall de entrada hay que atravesar una chapa de dos metros que lanza un rocío sanitizador. A pesar de los barbijos, el cóctel de sahumerio y humo de cigarrillos copan el olfato. El ruido se encierra por el espesor de las paredes: aunque hay un reggaetón de fondo, la estridencia está marcada por los beats de los candados, pasadores, puertas metálicas y el anuncio de ingreso y egreso de lxs guardiacárceles que no paran de desfilar.
—Si hay una falta de respeto, ustedes muzzarella. Nos encargamos nosotros— comenta el coordinador educativo del Penal cuando explica el protocolo electoral de esa jornada.
Al llegar lxs presidentes de mesa, docentes de la Unidad, el coordinador habilita el paso. Después de atravesar cuatro candados aparece una huerta y un enorme terreno con el pasto muerto, una cancha de tenis improvisada y otra de fútbol.
Entre murales de clubes del Gran La Plata se llega a un portón más, con sus respectivos penitenciarios y candados. Es el sector escuela: cuatro salones donde dan las clases de nivel inicial, medio, superior y los talleres de oficios. La escuela termina en un patio del tamaño de un aula. Ahí, entre paredones donde caminan guardiacárceles con rifles y ventanas rotas cubiertas por frazadas y sábanas, se vivirá la fiesta de la democracia. Hay 1.553 varones privados de su libertad empadronados para votar.
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—Voy a ver qué onda, el presidente de mesa es un ortiba. Me contaron recién una que no me cabió: te hace hacer la cola y después no te deja votar.
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—Ahí los hacemos bajar a los muchachos —avisa un guardiacárcel.
El acto electoral está musicalizado por rock nacional: Redondos, Callejeros, La Renga.
En el padrón hay padres e hijos; señores nacidos durante el segundo gobierno de Perón y pibes centennials. Entre la pulcritud de quienes se calzan zapatos y camisas o los que llegan con crocs y abrigos destrozados por el uso, se repite un exceso de saludos, chistes y agradecimientos para todos los que no tienen el uniforme oscuro del Servicio. Musculosos, tatuados, con cortes modernos: se acercan y con la visera en la mano esperan que les llegue el turno, amontonados en fila porque los hacen bajar todos juntos.
Esperan: todo el tiempo esperan.
—Hola, caballeros, ¿cómo están?— saluda a todxs, electores y fiscales, un cincuentón que aclara que su apellido es de origen francés y el sufijo “eau” se pronuncia “o”.
Si la elección fuera de clubes de fútbol, se anularía por voto cantado masivo. Entre barbijos, joggins y camisetas, el catálogo de equipos recorre todo el AMBA: All Boys, Chacarita, Estudiantes, Independiente, Quilmes, Nueva Chicago. No falta tampoco la última tendencia: la de Messi del PSG.
En la fila se preguntan por el último partido o el encuentro con sus familias en la visita. Después de votar, programan alguna actividad de la semana. Es un barrio en el que todos los vecinos se conocen, comparten espacios educativos, deportivos y de religión. Conviven en un par de manzanas todos los meses, años y décadas que su pena lo determina. Este domingo, además, eligen legisladores nacionales en las PASO 2021.
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—¿Sabés cómo se vota?
—Sí.
—Pero no es como en la calle.
—Ah, ¿no? No, entonces no sé.
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—¡Hola, profe! —dice un votante, con panes recién horneados de obsequio. Ese mismo treintañero pasará cuatro veces más por el patio donde se vota, ofreciendo agua caliente para el mate y sanguches de milanesas.
La figura de lxs docentes en la mesa es fundamental porque el voto intramuros es una experiencia más pedagógica que cívica. Todo el tiempo que no se pierde contando boletas, se usa enseñando a votar en un sistema electoral especialmente diseñado para el contexto de encierro.
¿Cómo es? Para empezar, no hay listas partidarias ni sobres. Lo que se introduce en la urna es una boleta con otro formato: se presentan todos los espacios con el rostro del principal candidato a diputado nacional (ni legisladores provinciales ni concejales, por lógicas jurisdiccionales) y hay que asentar la intención de voto mediante un sello en un cuadrado al lado de cada uno.
“Los procesados que se encuentren en un distrito electoral diferente al que le corresponda, podrán votar en el establecimiento en que se encuentren alojados y sus votos se adjudicarán al Distrito en el que estén empadronados”, define el Código Electoral. Esto es: en las mesas electorales de la cárcel de una localidad del partido de La Plata, votaron a candidatos de Buenos Aires, Capital Federal, Corrientes, Santiago del Estero, Córdoba y Chaco.
En la elección se juega todo el tiempo al límite del voto cantado o inducido. El desconocimiento es transversal a todas las edades y clases sociales ¿Qué se hace cuándo alguien en la cárcel pregunta cuál es el candidato de Cristina o el de Macri? ¿Se anula la única posibilidad de sentirse parte de una decisión?
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—¿Sabés desde hace cuánto no veo mi documento? Desde que iba a la escuelita.
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Uno de los motivos de la reducida cantidad de electores (62.437 empadronados de 100.634 personas con una pena intramuros) es la falta de documentos. En Argentina hay personas en cárceles federales y provinciales sin identificación. No es que no la tienen en su posesión: no tienen. Porque se extravió en la comisaría, porque se lo quitaron en un procedimiento policial, porque se perdió en alguna mudanza de familiares con lxs que ya no tienen contacto. No tienen DNI.
Desde el 2007, cuando se legisló la elección intramuros, el RENAPER hace campañas previas para garantizar la documentación. Recorren las cárceles, ingresan a los pabellones y pasan lista preguntando quiénes desean hacerse el documento. A lxs que acceden, les sacan la foto dentro del penal, les piden los datos e inician el trámite que termina con las identificaciones en la posesión y administración del Servicio Penitenciario.
En el acto electoral, lxs guardiacárceles se las ceden provisoriamente. En la fila frente a lxs presidentes de mesa, los tipos que están encerrados en la Unidad 9 tienen unos minutos de intimidad con su DNI. Miran su foto, se la muestran a sus compañeros, se ríen de su cara pixelada. Revisan sus datos: recuerdan el domicilio de sus hogares antes de caer. Las examinan, las aprietan, las atesoran. Desean llevárselo al cuarto oscuro para tener más momentos a solas. Después de votar, las devuelven.
“Se las pueden robar adentro”; “no van a saber para qué usarla”, “están mejor en manos del Servicio”. Las explicaciones son diversas; todas son inciertas. Una que se escucha mucho es: “No las necesitan”.
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—¿Cuál es el candidato que te saca de acá?
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—Siempre es baja la cantidad de personas que votan porque las autoridades penitenciarias, si bien tienen un listado de quiénes están en el padrón, manejan esta lógica: “Hay cuarenta personas para votar en el padrón, sacamos ocho o nueve así terminamos más rápido”. —explica Matías.
La elección es gestionada, coordinada, orquestada, guiada y controlada por efectivos del Servicio Penitenciario Bonaerense. Toman una lista que ya tiene un filtro legal, seleccionan arbitrariamente quiénes bajan a la escuela, les dan el documento antes de que se presenten a votar, les indican cada movimiento previo a colocarse en la fila de las mesas electorales y luego les vuelven a retener el DNI.
A las 15:30, anuncian a lxs fiscales y lxs presidentes de mesa que llega el último votante. Durante una hora, la espera pasa entre mates y cigarrillos: nadie llega a votar.
—Disculpen, ¿cerramos la mesa?
—¡No, paren! Ahí llegan los últimos 25.
Cuando falta media hora para el cierre hacen bajar a electores disgustados, ya sin ganas de votar: deben decidir entre candidatos que ni siquiera tienen en cuenta la discusión carcelaria. Diez pierden la oportunidad de decidir porque no los llevan (más bien, no les dieron paso) a la escuela a tiempo. ¿Sucederá algo similar con el acceso a la educación, la Justicia y la salud?
De las 2.011 personas que transitan su pena en la Unidad Penitenciaria N°9 se contaron 292 boletas. El bajo porcentaje contrasta con otro dato: el 77 por ciento de los privados de la libertad de Villa Elvira estaba habilitado a votar. Mucho más que el 48,9 por ciento de gente que no tiene condena firme y está encerrada en alguna prisión del Servicio Penitenciario Bonaerense.
Cierra el escrutinio y los resultados legitiman a candidatos que profundizaron las desigualdades en contexto de encierro durante su gestión. La agenda electoral desplaza una vez más un desafío urgente de nuestra democracia. Convivimos con una institución anclada en las ciudades de la que solo sabemos que se violan derechos. Todos los días varones, mujeres, trans e identidades no binarias piensan sus demandas y accionan colectivamente para satisfacerlas. Mientras, se posterga eternamente la decisión política de articular su voz, al menos, al debate público.
Un buen primer paso es permitir que participen de un elemental momento cívico: contar los días que faltan para votar y reunirse para esperar los resultados.
*Fernando Brovelli es comunicador social, profesor y periodista. Colabora con reseñas culturales en IndieHoy y Radio Estación Sur. Forma parte del colectivo Educ-ACCIÓN (accioneduc), que milita en contexto de encierro.