Cuando se fue del pueblo en 2012, al Padre Felipe se lo despidió entre sollozos de los feligreses y con un reconocimiento del Concejo Deliberante, por su gran aporte a la comunidad. El cura volvió este sábado, directo al calabozo de la única comisaría que hay en Puerto Santa Cruz, en la provincia de Santa Cruz.
Su nombre real es Nicolás Parma, tiene 40 años y está acusado de haber abusado sexualmente de varios menores que estudiaban para ser curas como él, en la “Iglesia Exaltación de la Santa Cruz”, en Puerto Santa Cruz, una localidad costera donde ya en el 1800 las expediciones evangelizaban tehuelches.
– Hoy te voy a comer la boquita, te parto.
Con frases como esa, Parma acechaba a pibes de 12 a 18 años, que compartían la vieja casona de la parroquia y estudiaban bajo su tutela.
El nombre de Parma figura en la lista de más de sesenta eclesiásticos abusadores. Es miembro de la congregación “Discípulos de Jesús San Juan Bautista”, fundada en Salta en 1996 por Agustín Rosa, otro sacerdote pederasta que logró desparramar sus institutos por Chile, México y España.
El golpe que tiró abajo el muro de silencio que habían construido en la congregación lo dio Yair Gyurkovits, un novicio que había llegado a Puerto Santa Cruz para hacer la carrera religiosa y que entre los 14 y los 16 fue sometido a abusos sexuales junto a varios de sus compañeros, también menores.
Parma se les aparecía a los chicos por las noches o los llamaba a su habitación durante el día. Hubo ocasiones en las que obligó a dos chicos a un trío sexual bajo amenaza de echarlos del postulado.
Yair le contó a Cosecha Roja que cuando cumplió 16 quiso suicidarse, pero cambio de opinión y pensó que lo mejor era contarle todo al fundador de la congregación. Así que se volvió a Salta y le dijo a Rosa que Parma abusaba de los chicos.
-Yo lo que te voy a pedir es que veas de perdonarlo al hermano. Estas no son cosas que se deban andar diciendo porque vas a difamar a la congregación, vamos a quedar mal. Estás rebelde.
Cuando lo creyó convencido, Rosa le pidió que se bajara los pantalones para verificar que no tuviese varicocele. Después Yair se dio cuenta de que a todos les hacía lo mismo para manosearlos.
Yair quería ser cura desde que tenía 13, cuando participó de una actividad de la Iglesia en Salta, donde hubo campamento con fogatas y cuentos. Pensó que esa era una buena forma de vivir. Hoy tiene 23 y es artesano.
Cuando se fue de la congregación tenía 19. Viajó a Buenos Aires para contarle a otro miembro lo de los abusos. Su confidente se llamaba Juan y lo ayudó a hacer un testimonio que llegó hasta el Vaticano pero nunca tuvo respuesta, ni siquiera después de llevar su denuncia a la Ciudad Judicial salteña.
La Iglesia le hizo contar lo que había vivido por lo menos cuatro veces. Nunca lo ayudaron ni le dieron orientación. “Está lleno de encubridores”, dice y aclara que no le interesa estar al día con las novedades del caso.
“A veces me arrepiento de haber denunciado porque se hizo todo muy largo y quiero que termine”. Sólo en la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico se sintió contenido.
En 2012 a Parma se lo llevaron de apuro a Roma, donde el Vaticano le ordenó bajar el perfil. El castigo se repite. Lo mismo hizo la cúpula de la fe católica con el seminario “Nuestra Señora del Cenáculo de Entre Ríos”, cuando el prefecto Justo José Ilarraz fue refugiado ahí después de múltiples acusaciones de abuso sexual, que en mayo de este año terminaron con una condena a 25 años de prisión.
En 2016, el papa Francisco puso al obispo emérito de Quilmes, Luis Teodorico Stöckler, a investigar denuncias contra Rosa, pero no justamente las de abuso sexual a menores, sino aquellas que decían que el sacerdote estaba haciendo caja para él con toda la beneficencia. En diciembre de ese año, a Rosa lo metieron preso por los abusos.
Yair fue el primer joven que denunció los abusos de Parma y Rosa en la justicia ordinaria y fue también el único en hablar públicamente de lo que pasó en Puerto Santa Cruz. En julio de este año, luego de que se resolviera la competencia, el expediente llegó a manos de la jueza de Instrucción de Puerto Santa Cruz, Noelia Ursino, quien durante estos meses fue recabando testimonios a otras víctimas de Parma.
La primera decisión que tomó Ursino fue ordenar la localización del sacerdote y descubrir que estaba teniendo una buena vida en España. Lo notificó de la imputación pero para cuando quiso citarlo a indagatoria ya había cambiado de lugar.
El sábado logró traerlo con la fuerza pública hasta Santa Cruz. Lo habían encontrado en Tucumán. Tras más de cinco horas de indagatoria ordenó que quedase detenido y es muy probable que así espere el juicio.
Hace menos de dos meses que el jefe de los católicos escribió una carta pública que reconoce los abusos en la Iglesia: “El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado”, expresó el Papa en tres páginas que hablan de su repugnancia sobre estos casos. La misma repugnancia que tiene Yair, que no perdona el encubrimiento.