Por Silvia Noviasky*
—Me maltrataba por gordo y morocho.
—Escuchaba la misa desde la cripta porque me prohibió la entrada.
—Me echó por no comprar pan.
Las voces de los ex seminaristas se escuchan en las diferentes audiencias del juicio contra el ex obispo de Orán, Gustavo Zanchetta. Los testimonios que no hablan de maltrato de parte del “Monse” cuentan de abuso sexual. Casi todos testifican enojados o con miedo.
—No volví a pasar por la vereda del seminario— recuerda otro con la voz apretada.
Es un juicio inédito para la provincia de Salta y en la sala pequeña elegida por el Tribunal apenas entran las partes muy apretadas. Cada día los jóvenes cuentan por qué dejaron su vocación de ser curas. La mayoría se alejó de la Iglesia y trabaja ahora de lo que encuentra. Alguno incluso tuvo una “crisis de identidad muy fuerte”, como dijo una psicóloga.
—Perdieron la fe— dice un sacerdote.
—Ya no sé si creo en Dios— confiesa uno de los denunciantes del obispo.
Al observarlos, la creencia parece intacta. Por momentos la sala de testigos se confunde con una iglesia: se escuchan murmullos de rezo entre ex seminaristas y sacerdotes.
—Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre— rezan para tomar coraje antes de declarar a un metro de quién los amenazaba porque “era el amigo del Papa”.
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¿Cómo termina en el Vaticano como asesor del Papa Francisco un sacerdote denunciado en las dos diócesis por las que pasó en Argentina? ¿Cómo logran los jóvenes que lo denunciaron hacerlo regresar para dar explicaciones en una de las localidades más pobres del país?
Gustavo Zanchetta llegó a la ardiente Orán desde los mármoles del Vaticano a mediados de febrero. En la ciudad salteña las temperaturas llegan a 50 grados y las posibilidades de trabajo son pocas: la frontera ilegal con Bolivia o conseguir empleo en la municipalidad.
Volvió al lugar donde fue obispo por cinco años hasta que se tuvo que ir denunciado por cinco sacerdotes. Lo acusaron de abuso de poder y acoso a seminaristas. Desde el 21 de febrero se sienta en el banquillo de los acusados y vuelve a ver las caras que pensaba haber dejado atrás. Lo acompañan dos abogados canónicos prolijos. El viernes 4 de marzo será la sentencia. La expectativa de pena es de entre 3 y 10 años de cárcel.
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—Tiene rasgos psicopáticos, es manipulador, cosifica a las personas, sus relaciones son utilitarias para obtener sus objetivos y tiene poca autocrítica— dice sin dudar la perito forense en el juicio.
El diagnóstico judicial argentino contradice el que dio el Papa Francisco de Zanchetta en España. “Lo mandé a hacerse un test psiquiátrico. El resultado era dentro de lo normal, aconsejaban el tratamiento del viajero una vez por mes. Viajar a Madrid a hacerse dos días de tratamiento. Entonces no convenía que volviera a Argentina”, dijo al justificar por qué decidió crearle un cargo en el Vaticano después de las denuncias internas y agregó: “Tenía capacidad de gestión”. La perito también contradijo esa parte.
— Carece de liderazgo y autoridad— dice describiendo al ex obispo.
Zanchetta fue nombrado por el Papa asesor de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica en diciembre de 2017. Lo suspendieron de ese cargo un año más tarde, cuando las denuncias se volvieron públicas. Al igual que los obispos que declararon, el Papa Francisco aseguró que tampoco sabía nada de abusos.
—Me decía que yo no entendía esa demostración de cariño por la relación distante con mi papá— le cuenta a los jueces Kevin, que asegura entender mejor lo que pasó ahora, de más grande.
La mayoría tenía entre 19 y 25 años cuando iba al seminario. Cuatro años después, comenzaron a resignificar, a armar el rompecabezas que muestra las mismas piezas que otros juicios por abuso eclesiástico en Salta: la manipulación espiritual y emocional, los que justificaron lo injustificable, los que sostuvieron el silencio, la nula preparación de quienes estaban frente a chicos.
La provincia más católica del país vive un loop en sus tribunales. Las situaciones se repiten: tienen los mismos ingredientes para lograr un caldo de cultivo con chicos que soñaban ser sacerdotes como sopa. El rol del clero y los colaboradores de la iglesia también se muestra con las mismas caras. La psicóloga Eleonora Naranjo se sienta a declarar y asegura que está todo bien con Zanchetta, que “se identificaba con los pobres y vulnerables”. Es la misma psicóloga que el año pasado testificó a favor de otro sacerdote: Agustin Rosa Torino, el primer fundador de un instituto religioso del país preso por abuso sexual.
Ver las mismas caras durante el juicio confunde hasta a los propios seminaristas.
—¿Ese es Gianotti?— pregunta uno de ellos exaltado durante su declaración virtual. Se acerca a la cámara y busca respuestas— ¿Puede estar ahí si nos enviaron a hablar con él por las denuncias?
La pregunta genera murmullos que se apagan rápidamente. El juicio sigue. Enzo Gianotti es el defensor oficial de Zanchetta pero antes de asumir la defensa se reunió con los seminaristas. Se los había presentado Luis Antonio Scozzina, el obispo actual de Orán que reemplazó a Zanchetta. Lo llevó como “abogado amigo del obispado”, para que los chicos puedan hablar en confianza de las denuncias.
—Pensé que era nuestro abogado— lamenta más tarde otro seminarista. En pueblo chico, puede que el que toca la campana también dé la misa. Y en infierno grande, el tribunal lo acepta con total normalidad.
La confusión no es solo para los seminaristas, sino también para quienes escuchamos sus relatos. Las preguntas del Tribunal encuentran respuestas que patean cualquier tipo de lectura apresurada.
—¿Por qué no denunció el abuso del obispo?— interpela el juez.
—Porque otro cura me hizo algo peor que sí denuncié— dice Kevin y cava un silencio incómodo en la sala. No es el primer doble abuso que se escucha: otro de los denunciantes del ex obispo fue abusado por su tío. ¿Cuántas batallas puede abrir una sola persona?
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La confusión es tal que, a pesar de estar desde el inicio de la historia investigándola como periodista, me cuesta interpretar lo qué pasa alrededor por estos días. El teléfono no para de sonar, son los medios nacionales e internacionales. Los medios oranenses aparecen poco y nada. “Es carnaval”, justifican.
Afuera, en la esquina de los Tribunales, una señora improvisa un altar bajo un árbol. La acompaña un pequeño grupo con su agua bendita y sus santos. Pide que “Zanchetta se convierta” y que la gente acompañe, porque “los enemigos de la iglesia son ellos”. Desde la misma esquina también exige explicaciones a cualquier periodista local que cruce por ahí.
Los “enemigos” vienen nada menos que desde el centro de la iglesia. La defensa está aceitada, los abogados canonistas trabajan en conjunto: uno toma notas y el otro escucha atentamente para escribir lo que el defensor oficial leerá luego en voz alta.
Al igual que en los otros casos de abuso que se juzgan por estos meses, insisten en que todo se trata de un complot. Los canonistas explican su presencia en la Justicia ordinaria “por lo canónico”, pero los archivos oficiales del juicio de la Iglesia nunca llegaron. Hasta se suspendió la primera fecha de los debates orales a la espera de los papeles. En febrero arrancó sin ellos. ¿No había dicho el Papa que se pondrían a disposición de la Justicia? Pero quién va a pedir explicaciones, si ahora se busca paz al otro lado del mundo.
*Silvia Noviasky es periodista de investigación de Salta, Argentina.