Ana se cruzó dos veces con el mismo acosador. La primera vez, ella fue la víctima. “Como pude me fui abriendo paso, el tipo me siguió. Para avanzar, localizaba mi mano, se estiraba y me la sujetaba hasta llegar al lado”.  La segunda, vio cómo acosaba a otra chica.  “El viejo de mierda, con la mano libre, le sujetó la muñeca”, escribió. “Ella se soltó y se bajó. Quise hacer algo, gritar, levantarme, ir hacia la chica, pero temblaba, me quedé dura. Ahora mientras escribo esto me duele la espalda y estoy tensa. El tipo empezó a avanzar por el pasillo, una chica lo esquivó notoriamente y le cedió un asiento vacío”.

“Sentí que todas sabíamos lo que estaba pasando, que lo habíamos visto rodeando a esa chica, pero que elegimos negar la realidad más inmediata o tolerarla o ignorarla, no sé. Sentí que no podíamos manejar la situación fuera de lo habitual, del silencio, de la diplomacia, de reducirnos, ceder espacio, darle el asiento al abusador y elegir palabras suaves, como si fuese lo único que podemos hacer para cuidarnos”.

Pero esta vez Ana se decidió: “Saqué el celular y sin disimulo lo fotografié. La perspectiva estaba difícil así que me paré y le volví a sacar”.

Luego se bajó del colectivo. Y escribió un posteo de Facebook, que termina así: “Caminé cuadras y cuadras de bronca, me enfurece pensar que son casi las 15:00 y mi plan para hoy no era perder estos minutos de furia, ni sentirme violentada y contracturada. Me enfurece tener que pensar en esto, me enfurece esta sensación corporal de parálisis de hoy y del otro día. Mi miedo no fue por miedo a la reacción del tipo. Fue por miedo a ver o constatar la soledad en que andamos”.

Cuando compartió el estado en las redes, la reacción fue inmediata. “Conozco a ese viejo, le dicen ‘El Violín'” dijo la primer comentarista. Otras mujeres lo ubicaron en el bufet de una facultad. “Era docente en mi colegio, lo corrieron del cargo por acosar a una compañera”, acotó otro comentarista.

Y la lista siguió. “Vivo en ese barrio, a mi también me pasó y no pude reaccionar, después lo vi con otra chica y tampoco pude hacer nada”.  “Yo lo conozco, hace años yo era moza y este se pajeaba por abajo de la mesa mientras nos miraba”.  “Mi historia es parecida, fue cuando tenia 17. Iba sentada del lado de la ventanilla, el se subióen city bell y se sentó al lado mío.”

“Como ya dijeron, a este tipo le dicen “manotas”. Estudia en la facultad de Ciencias exactas. Tiene varios expedientes por perseguir chicas. Se lo puede encontrar en el bufete de la facultad o en la sala de computación”, aportó otra usuaria.

“Hace aproximadamente 2 años O MÁS iba caminando por 7 y 54. Justo me agarró el semáforo y frene, al frenar se acerca un señor y me toma de la mano, a primera vista parecía un señor con capacidades diferentes y le ofrecí ayudarlo a cruzar la calle aunque no hubo respuesta de su parte”, escribió otra mujer. Luego siguió el acoso. La situación se repitió a pocas cuadras de ahí, dos años después:  “A mí me pasó lo mismo con el mismo tipo hace una semana”, escribió otra mujer.  Lo mismo pasó con una tercera. Y con una cuarta, y la madre de dos chicas adolescentes.

Cuando el posteo llevaba más de mil compartidos y cien comentarios -muchos de ellos testimonios- otros usuarios dijeron que lo conocían: que en la facultad le decían ‘el violador’, que andaba en auto o revolviendo los tachos de basura, que estaba loco -y que no-, que de chico fue víctima de bullying, que había que denunciarlo o agarrarlo a golpes.

Pero la conclusión clara: Ana no está sola.