Cosecha Roja.-

Lila Caimari es un referente para la historia cultural argentina que estudia el delito. Es investigadora del Conicet, profesora en la Universidad de San Andrés y experta en el análisis de la cuestión criminal. Esta historiadora, graduada en la Universidad Nacional de La Plata y doctorada en el Instituto de Estudios Políticos de París, se ha especializado en investigar el orden social y sus protagonistas. Caimari conoce de cerca las relaciones que unen a policías, delincuentes y periodistas.

Cosecha Roja habló con ella en las Jornadas de Discusión: Policía, Justicia y Sociedad en la Argentina Moderna, organizadas por el grupo Crimen y Sociedad de la Universidad de San Andrés.

Caimari caracterizó los perfiles delictivos que atraen a la prensa y discutió sobre el poder punitivo que ejercen los medios de comunicación. “En las revistas policiales se festeja mucho la camaradería nocturna entre periodistas y policías. Hay cierta convicción de que estas dos figuras son las únicas que conocen la ciudad de primera mano”

En el contexto de hoy, ¿cuál es el perfil criminal más explotado por la prensa, la policía y los ciudadanos?

Cada sociedad tiene un archivo de la imaginación delictiva que está emparentado con otras sociedades pero que genera tradiciones propias. En cada momento histórico, y sobre todo en cada cambio social importante, hay figuras que están en el centro de ese repertorio; son figuras marginales, residuales, que pertenecen al pasado y que después vuelven.

En una sociedad donde la exclusión, la pobreza y las desigualdades han crecido de manera galopante, no es una sorpresa que el prototipo delictivo esté vinculado a ese joven de clase baja que proviene de los suburbios más pobres del Gran Buenos Aires. Este tipo delictivo tiene toda clase de consecuencias estigmatizadoras en las pequeñas interacciones cotidianas.

Por otro lado, están los boqueteros, una de las figuras más populares y socialmente celebradas, pues ejercen su profesión sin lastimar a nadie y roban instituciones que no gozan de mucho prestigio. Aquí, hay algo de ese pequeño regocijo popular con los que dan el gran golpe organizado.

¿De qué forma aparece la policía en esos perfiles delictivos?
Los narcos y los policías corruptos también aparecen como tipos delictivos importantes. A esta altura hay una consciencia social muy fuerte que tiende a relacionar a ciertas franjas de la policía con el crimen organizado. Esto ya está muy calado en la imaginación social y ha dejado de ser una excepción. Además, plantea problemas tremendos en la relación de la sociedad con las fuerzas policiales, problemas que son de largo arrastre. La idea de un pasado dorado de una policía pura es un mito. Nuestra misión como historiadores es entender las distintas encarnaciones de esa corrupción.

¿Cómo aparece esos perfiles delictivos en los medios de comunicación y qué emociones generan?
Hay muchas historias delictivas que salen en los medios, pero no todas generan emociones equivalentes. Es necesario revisar esa idea de que toda historia delictiva genera miedo. El miedo está presente pero también hay otras emociones: está la picaresca, el voyeurismo del sufrimiento ajeno. No solo el miedo explica la audiencia que tienen estas historias.

¿A partir de cuándo Buenos Aires y su conurbano se separaron como lugares distintos de crimen?
Eso proviene de los años treinta y de los años cuarenta. Ese imaginario delictivo es compartido por miles de habitantes de ciudades argentinas. Hay una manera de conceptualizar la amenaza delictiva que pone su centro en la ciudad de Buenos Aires, donde hace muchas décadas se piensa que la amenaza proviene de afuera, y ese afuera es el Gran Buenos Aires -la palabra conurbano es posterior-. En ese imaginario, las localidades vecinas están atadas a una policía mucho menos centralizada e históricamente dependiente de las cajas negras, de ese dinero ilegal que proviene de la prostitución, del juego, del narcotráfico.

En esta construcción, hay un centro de orden y de mayor nivel de legalidad que está rodeado de un anillo donde el régimen de legalidad es heterogéneo. Allí anidarían una parte importante de las prácticas delictivas que ocurren en la ciudad.

Mi hipótesis es que en la construcción de este imaginario tuvo mucha importancia la separación entre la tradicional policía de la capital y la Bonaerense. La policía de la capital siempre construyó su propia modalidad en contraposición con la ineficacia y la corrupción de la policía del otro lado de la ciudad.

La Policía Federal ha tenido mucho más acceso a los medios masivos que las policías provinciales. Esa manera de ver la geografía del delito se filtró con mucha fuerza en la prensa. Entonces, Buenos Aires aparece como ese centro que hay que proteger de las ilegalidades de la periferia.

¿Cuál es el poder punitivo de la prensa?
Es gigantesco. La prensa ha tenido históricamente muchísima libertad para nombrar e identificar figuras delictivas mucho antes que la justicia y la policía. Algunos diarios populares ejercían un poder punitivo paralelo y no equivalente al del Estado. Esos medios premiaban y castigaban en sus páginas a los delincuentes. Esto tiene continuidad en otros medios. Hoy, por ejemplo, lo vemos en Crónica.

¿Cómo se ha construido la relación entre periodistas y policías?
Eso es algo que todavía no conocemos muy bien. Hay una historia por escribir pero es muy difícil rastrearla porque es secreta y está hecha de pactos confidenciales. Lo que sí sabemos es que el género del periodismo policial ha funcionado gracias a un intercambio de favores entre policías y periodistas.

Cuando la policía de la capital construye su edificio moderno -que hoy sigue siendo el edificio central de la policía-, hace una sala especial para el periodismo. Este es un dato que siempre me interesó porque quiere decir que es una institución que muy tempranamente toma consciencia de que el periodismo está para quedarse y hay que aprender a relacionarse con eso.

Hay periodistas que hacen sus carreras gracias a su amistad con algunos policías. En las revistas policiales se festeja mucho la camaradería nocturna entre periodistas y policías. Hay cierta convicción de que estas dos figuras son las únicas que conocen la ciudad de primera mano.

El periodismo no puede prescindir de la policía; puede odiarla y puede denunciarla, pero no puede prescindir de ella porque la policía está sentada en la cueva de Alibaba, tiene los insumos que el periodismo ha necesitado desde mediados del siglo XIX hasta hoy. Entonces, es una sociedad tensa, difícil, pero inevitable.

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