Los prostíbulos de Tucumán, en general, no parecen prostíbulos sino pequeñas casas que se van perdiendo en el paisaje negro de la noche. La pintura suele estar rota, la puerta de entrada tiende a ser pequeña, y adentro están, siempre, las chicas: cuerpos desganados que se cruzan de piernas y de brazos, y se entregan a la herrumbre del salón con la certeza de que el destino es eso: un puñado de sillas de plástico, una fonola con el sonido ahogado, un par de hombres armados vigilando todo, y algunos borrachos con la mano inquieta.
Trimarco empezó a frecuentar estos lugares tres semanas después de la desaparición de Marita. Era domingo y en la policía le habían dicho que no podían salir a buscarla porque faltaba gasolina para los patrulleros. Trimarco insultó a media seccional, se fue a su casa, se sentó en el comedor, miró los clasificados que ofrecían mujeres, y comenzó a llamar por teléfono. Alguien atendió.
—Tengo tres chicas, quiero venderlas y quiero saber cuánto me pagás –dijo Trimarco.
—Estamos pagando 1500 pesos, pero eso si las chicas son lindas… ¿Vos tenés foto?
—Sí.
—Veníte el sábado. ¿Cómo te llamás?
—Me llamo Jennifer –dijo. Y después cortó.
El sábado siguiente Trimarco se puso una falda de cuero negro, se batió el pelo, se pintó la boca, se colgó un par de aros pesados, llamó un remise y se fue a un antro del que a esta altura ya recuerda poco, porque fueron tantos los antros en los que Trimarco estuvo.
—Sé que cuando entré no sentí miedo –cuenta Trimarco en su comedor, mientras enciende una computadora con un fondo de pantalla de la Virgen-. Sentí curiosidad. ¿Viste Alicia en el País de las Maravillas? Era eso: otro mundo.
La “compradora” no fue a la cita, pero ese encuentro fallido sirvió para que Trimarco tuviera una idea: si ella fuera varón, podría entrar a los prostíbulos como cliente y tratar de rescatar chicas. De inmediato habló con su marido, y ambos fueron a pedir ayuda a Jorge Tobar, un comisario tucumano que había sido compañero de Daniel Verón en el colegio primario y que al momento de la desaparición de Marita trabajaba en el departamento forense de la Policía. Una vez que Verón habló con Tobar, la forma de trabajo se dividió en dos: por un lado, Tobar empezó a usar su investidura de comisario para allanar whiskerías (el eufemismo que se usa para hablar de los prostíbulos) y rescatar a las mujeres que admitieran estar ahí secuestradas. Y por otro lado, Daniel Verón puso en práctica un método “no oficial”: el hombre entraba a los prostíbulos –a veces acompañado por Tobar, vestido de civil- y cuando lo creía apropiado, levantaba la voz:
—La que esté acá en contra de su voluntad, que lo diga ahora.
Trimarco siempre estaba afuera -si entraba despertaría sospechas, porque ahí sólo ingresan hombres- y recién aparecía cuando se hacía público el operativo. Su tarea consistía en recibir y contener a las mujeres que eran liberadas.
Con estos métodos –el de Tobar y el de Verón- fueron rescatadas 115 chicas, y se fueron reuniendo pistas sobre Marita que terminaban siempre en La Rioja: la provincia que –según Tobar, ahora transformado en el mayor experto en “trata de personas” en todo el país- puede considerarse el epicentro de la esclavitud sexual de la Argentina.

***

La Rioja queda a 388 kilómetros al Oeste de San Miguel de Tucumán. Allí, durante un allanamiento realizado en mayo de 2004 por Tobar, Verón y Trimarco, fue liberada Andrea Darrosa: una chica de 23 años que estuvo ocho años esclavizada, y que fue encontrada con seis costillas fracturadas, una pierna baleada, y el cráneo hundido por un culatazo de pistola.
Darrosa ahora vive en Misiones (Noroeste argentino) y es la principal testigo de la “causa Verón”. Ella dice que vio a Marita. Dice, en realidad, muchas cosas. Estos son algunos extractos de su declaración:
“Me llevaron a los quince años, cuando salí a comprar pan. Alguien me dio un sopapo [bofetada], después me taparon la boca, y viajé no sé cuántas horas tirada en el piso de un auto. Cuando desperté estaba en La Rioja. Me bañaron, me cambiaron, me pintaron, me tiñeron el pelo de rubio, me hicieron rulos, me pusieron el nombre artístico Yanina, y me hicieron salir a “trabajar”. Al principio no quise pero me molieron a golpes. Si no hacía seiscientos pesos [200 dólares] por día me molían a golpes. Uno de esos golpes me hizo un coágulo en la cabeza. Todavía me duele”.
“Una vez la vieja Liliana (N. de la R.: Liliana Medina es dueña de varias whiskerías en La Rioja, y actualmente está procesada y detenida por la causa de Marita) se puso loca porque una brasilera le pidió su plata. Era negra, con trencitas largas, trabajaba en bikini blanca. La vieja la agarró del cogote a la brasilera y la empezó a zamarrear y la ahorcó, y después la tiró de un segundo piso, pero la chica cayó muerta. Después la vieja me agarró a mí, me empujó sobre la escalera para que mirara y me dijo que me iba a hacer lo mismo si yo abría la boca”.
“Una vez Liliana me pegó un tiro en la pierna izquierda. Después, entre ella y el Chenga (N. de la R.: el hijo de Liliana Medina) me sacaron la bala con una aguja de tejer y sin anestesia, y cada vez que grité me dieron un trompazo”.
“A las chicas que llegaban a la whiskería embarazadas, Liliana las hacía abortar con una sonda con alambre”.
“A mediados de 2002 vi a Marita Verón en la casa de Liliana: Marita llegó en un auto blanco y yo la recibí. Le serví un café”.
—Esto es una empresa y por vos pagué dos mil cuatrocientos pesos (ochocientos
dólares) –le dijo Medina a Marita-. Tenés que cubrir ese monto y recién después, si querés, te vas.
Ese mismo día, según el testimonio de Darrosa, tiñeron a Marita de rubio y le pusieron lentes de contacto celestes. A la noche tuvo que empezar a trabajar, pero como no sabía tratar a los clientes –se sentaba lejos, no les conversaba- alguien le enseñó a atender a golpes. Cuando Marita cubrió con su trabajo los dos mil cuatrocientos pesos de “deuda”, Medina le explicó algunas cosas más:
—Escucháme, nena, ¿pensás que acá comés y dormís gratis? Tenés que pagar tu comida y tu alojamiento. Son 1500 pesos más, y después te vas.
Medina era obesa, tenía pocos dientes y su cara estaba llena de lunares. Pero Marita la miraba como si todo diera igual. Pasados unos días cubrió ese monto.
—¿Vos no sabías que acá hay un reglamento? –le dijo Medina-. Si no pasás con diez clientes por día estás multada. Si conversás con otra chica o te dormís y llegás tarde al salón, estás multada. Si le faltás el respeto a un cliente estás multada. Ahora nos debés mil pesos en multas.
Y así fue como Marita, como tantas otras chicas, se fue quedando. La whiskería se llamaba El Desafío. En algún momento, en una de sus paredes externas, Marita escribió, en letras rojas e inmensas, “Micaela te amo”. Trimarco vio esta inscripción en junio de 2004, un mes después de que fuera rescatada Andrea Darrosa, dos años después de la desaparición de su hija.
Trimarco había viajado a La Rioja acompañada por su nieta Micaela, su marido, y el comisario Tobar. El objetivo de ese viaje era que Darrosa, ya a disposición de la Justicia, señalara los lugares donde habían sido enterrados los cuerpos de las mujeres “rebeldes”. Pero el juez a cargo –Daniel Moreno- jamás permitió que Darrosa hablara con Trimarco. Pasado un mes de espera, Tobar y Verón decidieron volverse a Tucumán. En La Rioja, por lo tanto, sólo quedaron Trimarco y su nieta, que entonces tenía cinco años de edad. Una mañana, la dueña del hotel le explicó a Trimarco que había que pagar la cuenta.
—Son 7500 pesos (2500 dólares) –dijo.
—Yo tengo 20 pesos –contestó Trimarco. Eso era lo último que le quedaba luego
de haber vendido, a lo largo de dos años, su casa, el departamento de Marita, dos autos y el almacén.
Trimarco tomó su cartera, salió del hotel, cruzó la plaza principal y se metió en la casa de gobierno.
—Quiero hablar con el gobernador –dijo en la entrada.
—El señor gobernador no está.
—Quiero hablar con el gobernador y de acá no me muevo y no me interesa lo que
tengan para decirme y no me toquen ni un pelo de mi cuerpo porque les destrozo todo.
Trimarco empezó a gritar y a patear puertas. Cinco minutos después, bajó un hombre de traje.
—¿Cuánto es? –preguntó.
—Siete mil quinientos pesos, poca plata para los que me deben mi hija.
Trimarco aullaba y Micaela, su nieta, sólo podía abrazarla.
Al día siguiente, una enviada del gobernador pagó todas las cuentas. Pero la mayor
deuda quedó sin saldar: Darrosa sólo fue liberada cuando Trimarco se fue de La Rioja, es decir que el viaje no sirvió de mucho. Por este tipo de episodios, el juez Daniel Moreno actualmente está en juicio político: se lo acusa de haber puesto múltiples obstáculos en la causa de Marita Verón.

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