Melissa del Pozo. Spleen journal.-

El final de José Luis, no se podía predecir. Cuando estás “enrolado con Los Zarcos”, como llaman a los Zetas en la costa de Guerrero, los finales nada más llegan, así de bote pronto.
A José Luis le llego una tarde de jueves, en un día caluroso, como siempre lo son en Coyuca, de esos que no ceden, que te hacen transpirar todo el día y que queman hasta el último resquicio de piel que se asome.
Su final llegó cuando su hermano y su madre iban llegando del mercado.
Mario y él intercambiaron miradas de despedida, mientras su madre gritaba y otra señora detenía el paso veloz de Mario, para que las balas no le alcanzaran, como impactaron a su madre.
Aunque ahora se dice niño grande por tener nueve años, Mario no recuerda el color del auto en el viajaban los hombres que dispararon a su familia. Tampoco sabe quién es su papá, José Luis era su ejemplo.
Junto con José Luis y su madre, otras tres personas fueron acribilladas por tres hombres que viajaban en el auto del color que Mario no recuerda.
El tres de enero de 2011, los diarios locales reportaron en menos de mil caracteres los asesinatos de cuatro personas acontecidos el día anterior en la comunidad de Piedra Imán.
Uno de los periódicos relató que los sujetos dispararon en múltiples ocasiones, provocando la muerte de dos personas que rondaban entre los 30 y 40 años, además de un joven de 17 y una mujer de 44.
En ninguno de los informativos se habló de los testigos, de la investigación de los ministeriales y mucho menos del niño que quedó huérfano y corrió. Reportaron los 18 balazos que perforaron el pecho de José Luis y los tres de calibre AK-47 que su madre recibió en la cabeza.
La muerte de José Luis y su madre han quedado en las actas, en el recuento de los diarios y en la memoria de esa comunidad, pero sobre todo en las pesadillas de Mario, que tiene desde hace ocho meses.
La Red por los Derechos de la Infancia calcula que existen 50 mil menores de edad, que como Mario, quedaron huérfanos de diciembre de 2006 a diciembre de 2011 y que también pueden tener pesadillas.
Su director, Juan Martín Pérez, afirma que el estimado de niños y jóvenes que quedaron en orfandad a consecuencia de la lucha contra el crimen organizado emprendida por el ex presidente Felipe Calderón a once días de iniciado su mandato, podría ser superior a las 58 mil personas muertas a causa del crimen organizado, que contabilizan algunos recuentos periodísticos .
Luego del incidente, Mario pasó varias horas con la vecina, hasta que su tía María llegó por él. Preocupada y entre llantos, llevó a Mario hasta su casa, donde le acondicionó un sillón que ha sido su cama desde entonces.
Antes de eso, su vida en la costa era correr por la arena, vagar por los puestos de comida y jugar quemados con sus amigos. Ahora debe ir por tortillas, entregar dinero a la señora de la plata o cobrar al señor del mercado, como le pide su tía.
Siempre se está moviendo, sus ojos miran constantemente el piso y cuando se exalta o quiere que lo escuches bien, voltea su mirada, como si la inyectara.
Todo el tiempo trae algo en las manos, si no es una vara, es un bote, un hilo o un simple cartón que levantó del piso, constantemente voltea su mirada, como si se cerciorara de la atención que le pones. Y una vez que se cansa, o que se aburre, se pone a correr.
“Mayito” como le dice su tía es inquieto, “así como era Luis”, pero parece que esta enojado todo el tiempo.
– Esta en la edad de andar de contestón, de repelar por todo y dejar tiradero. Repela cada vez que le pido que haga algo y no más no le gusta ponerse zapatos -. Cuenta su tía María.
A sus nueve años, Mario cuenta que cuando sea grande, no quiere arreglar coches, ni ser doctor, como sus amigos Josué y Emilia, con los que pasa buena parte del día.
Mario quiere comprar una pistola, parecida a la que le regaló su hermano cuando tenía siete años. Es de juguete, no mata a nadie, dice sonriendo. Pero con ella se siente protegido, es pequeña, de color café y tonos en naranja. También quiere un celular, como el que tenía José Luís.
Para la ONU, los gustos de Mario y de otros miles de niños por las armas son efecto de la violencia que ha invadido poco a poco al país durante este sexenio. Según una investigación publicada en 2006, los niños de entre el primer mes de nacidos y 12 años que han vivido este tipo de incidentes pueden tener dificultades de sociabilización y complicaciones para establecerse en pareja en la edad adulta, entre otras afectaciones.
Aunque Mario esta poco preocupado por casarse a su edad, las situaciones de violencia en menores de edad se albergan en el cerebro por un promedio de 20 años, según la ONU. Por el momento, Mario tiene pesadillas.
Con su camisa desabrochada  y un pantalón color beige de la escuela, se sienta en la banqueta, otra vez con una rama en la mano con la que mueve la tierra del piso.
Le pregunto si su hermano iba a la escuela y me contesta que a veces.
Primero se muestra reservado para hablar de José Luis, la policía y la señora que en ocasiones lo cuida, ya le han hecho muchas preguntas.
Hace un silencio y mira al suelo. De pronto suelta una carcajada y dice que quiere ser como Pepe cuando sea grande, para tener un celular, y no ir a la escuela.
Mario no tiene claro que hacía su hermano.
Recuerda que “el Javis” y “El pelón” iban a su casa y Mario tenía que ir a la tienda siempre. Otras veces, Mario y José Luis paseaban en el coche, una Caribe roja que después dejó de ver.
Cuando salían en el auto, Mario tenía que esperar, siempre agachado, para que cuando José Luis subiera con la bolsita, Mario la guardara rápido en la bolsa derecha de su pantalón. Siempre la derecha. Cuando llegaban a la casa, José Luis le pedía la bolsita y sacaba dinero para Mario.
Mario también era usado por su hermano para pasar recados. A menudo, confiesa con sus labios partidos por el calor y su cabello desalineado, -jugaba con Luis al teléfono, me decía que le dijera al Javis que se veían a las ocho para una tanda.
José Luis también le enseñó a usar armas, una 38 mm que guardaba en una caja. Seguido, dice Mario, le disparábamos a latas cuando mamá no estaba, porque ella le decía todo el tiempo que no quería que anduviera en malos pasos.
Los malos pasos de José Luis, se cristalizaron en amenazas por parte de un brazo del cártel de Los Zetas que opera en Coyuca de Benítez, el mismo que levantó y ejecutó al ex alcalde de esa localidad en junio pasado.
Como José Luis, hay por lo menos 30 mil niños y adolescentes reclutados por el cártel de los Zetas al sur y sureste del país, así como por el Cártel del Golfo en los estados de Tamaulipas, Nuevo León y Jalisco; calcula la Red por los Derechos de la Infancia en México.
Sobre los cárteles y la explotación de menores, precisa: “Hemos encontrado que los niños pequeños en realidad son usados como informantes, pues por su condición física no pueden utilizar armas”.
“La narco explotación infantil se emerge en las familias”, señaló Martín Pérez, en el caso de Mario, el detonante fue su propio hermano.
Tres meses después del asesinato de José Luis, su madre y otros dos hombres que se encontraban con el, su tía, María Jiménez, recibió un paquete que contenía fotografías de José Luis y de su hermano Mario. Todas estaban rayadas con un plumón negro y la forma de la letra “Z”.
María Jiménez se resguardó en Acapulco por cuatro meses hasta que una organización de Derechos Humanos se puso en contacto con ella. A un año del asesinato de su hermana y su sobrino, decidió contar su historia para que no queden en los “daños colaterales”.
Mario en cambio ya no quiere hablar de su hermano, sigue teniendo pesadillas. Pero cuando sea grande, no quiere ser doctor o mecánico. Quiere un arma y un celular para sentirse seguro.