indio solariJuan Diego Britos – Tiempo Argentino.-

Después de diez días de trabajo y 48 horas sin dormir, los párpados de un hombre pueden disfrazarse de persianas oxidadas de viejo almacén, que caen pesadas a la hora de la siesta. Más si los sorbos gratis de alcohol se suceden bajo el sol entrerriano que huele a río. El sábado 12 de abril, Hernán Soto –Pikapalos como prefiere que lo llamen– trabajaba en la rambla de la costanera sobre el pedazo de algarrobo de más de 100 años de antigüedad que la Municipalidad de Gualeguaychú le había donado para homenajear a Carlos “Indio” Solari, que esa noche ofrecía un histórico recital en el hipódromo local. Pikapalos trabajaba entusiasmado en la estatua que mostraría el perfil del músico, porque después del show podría conocer a Solari, venerado por muchos como el único argentino capaz de unir a más de 150 mil personas dondequiera que vaya. Además, la noche anterior, el tallador había cruzado por las revolucionadas calles de la ciudad a Hernán Aramberri, baterista de la banda, quien lo felicitó por su trabajo y le prometió que le regalarían el monumento al cantante. Todo un lujo para un amante del rock nacional.

No habían pasado más de las cinco de la tarde cuando Pikapalos comenzó a sentir el paso de las horas en el cuerpo. Con el trabajo a punto de terminar decidió descansar un rato antes de ir a disfrutar de la multitudinaria función. El muchacho de San Miguel dejó descansar la madera, guardó las gubias, los formones y la maza de madera en la mochila, y caminó hasta encontrar un rincón donde estirar las piernas. Tranquilo, apoyó la cabeza en el pasto húmedo y se dejó seducir por el sueño repentino. Aflojó los músculos, aunque el relax no alcanzó la hora. Al abrir los ojos se desperezó para juntar energías y volver al puesto de trabajo.

La tarde estaba fresca, el clima era de fiesta. Jóvenes, familias, argentinos de distintos puntos del país, aceleraban el pulso de una ciudad que rebalsaba de entusiasmo. Pikapalo tomó aire hasta inflar el pecho, y con el dorso de la mano se refregó los ojos. Se puso de pie y caminó perezoso, juntando entusiasmo para la recta final de la obra. Pero cuando regresó El Indio de madera no estaba en el lugar donde lo había dejado. Incrédulo, se acercó al paisano que despachaba panchos y cervezas y le preguntó si había visto algo raro. “No amigo, no ví nada”, respondió el panchero, que siguió lanzando salchichas al agua caliente para calmar el hambre ricotera. Pikapalo no lo podía creer. Alguien había aprovechado su descuido para llevarse la obra que, por su peso, sólo podía haber sido trasladada por más de cuatro hombres, algo imposible de no ver para los miles de fanáticos que paseaban a esa misma hora por la rambla de Gualeguaychú.

“Cuando volví y no la encontré, sentí que se me partía el alma. No por la plata, sino porque era un regalo para El Indio y era la oportunidad de conocerlo”, recuerda el artista, que frustrado por el robo, comenzó a pensar cómo había sido posible que los ladrones se llevaran tan fácilmente su trabajo, sin ser vistos por nadie, sobre todo en un lugar que estaba vallado y con tanta gente caminando. “Me la re hicieron. Primero pensé que me había hecho una joda pero le pregunté al panchero y nada. Me re amargué, ni siquiera fui al recital. Agarré las cosas y me vine, ni la denuncia hice”, añade quien ganó el premio como artista revelación del Cosquín Rock y este año tiene como desafío terminar la estatua de Norberto “Pappo” Napolitano para homenajearlo a diez años de su muerte en el próximo evento cordobés. A dos semanas del singular robo, Pikapalo no comprende cómo perdió la obra que tanto trabajo le costó. Sin embargo, no pierde el humor y hasta se anima a hacer chistes con el tema. Sabe que la unión de los “copetes”, como define a los tragos compartidos con los fanáticos del homenajeado, con el sueño acumulado en las últimas semanas, trajo como resultado la distracción que le valió perder al Indio de madera que lucía gafas y gorra estilo Chavo del 8.

estatua de homenaje al Indio Solari

DE MADERA

La vida de este artista siempre tuvo ribetes de novela. Fanático de San Lorenzo, años atrás talló la estatua del Padre Lorenzo Massa que está en la capilla de la Ciudad Deportiva del club, y que ayudó a construir el actor Viggo Mortensen, también enfermo por el Ciclón. Pero eso no fue todo. En enero de 2013, en el regreso de la Fragata de Libertad al país, luego de permanecer 21 días retenida en Ghana, le regaló al capitán un cuadro del navío. La obra emocionó a más de uno, y a los pocos días el teléfono de su casa sonó insistente. Pikapalo atendió y lo que escuchó lo dejó inmóvil como niño al que descubren haciendo una travesura: lo llamaban desde la Presidencia de la Nación porque Cristina Fernández de Kirchner quería conocerlo. Sí, a él. Al escultor rockero del noroeste del Conurbano. El muchacho no podía creerlo, pero se compró un traje oscuro, quizás para afinar la silueta forjada a base de asados y los ya mencionados copetes, y viajó tranquilo hasta la Casa Rosada. “Cristina me felicitó y me nombró artista nacional y popular. Me ofrecieron una beca por mi trabajo pero cuando se inundó La Plata la rechacé, porque entendí que había gente que necesitaba la plata más que yo”, explica Hernán, que el próximo 25 de Mayo tiene que entregar en Plaza de Mayo uno de los monumentos más sentidos de la historia política reciente: el abrazo de Néstor y Cristina.

Para este año, la historia del albañil devenido en escultor de maderas todavía guarda un capítulo de ensueño. Ocurre que como socio honorario de San Lorenzo conoció al Papa Jorge Bergoglio, a quien solía acompañar hasta la parada de la línea 76 después de los encuentros azulgranas. “No quería que lo lleváramos en el auto, re humilde Jorge”, cuenta Pikapalos, contratado ahora por Marcelo Tinelli, quien le encargó la estatua de Francisco. “Estoy esperando que termine la Copa libertadores, no vaya a ser cosa que perdamos y después digan que la estatua es mufa”, se ataja antes de despedirse y volver a San Miguel, pensando en cuál habrá sido el destino final de su Indio de madera.