Gloria Álvez, presidenta de la Asociación Trans del Uruguay

Semanario Brecha, Uruguay.-

—Una de las consecuencias más claras de asumir una identidad trans es la pérdida de los vínculos familiares y el abandono de los estudios ¿qué pasó en tu caso?

—A mí me ocurrió cuando era súper joven. Éramos tres hermanos y una hermana. Mi madrastra, no sé si por mi inclinación, que ya se notaba, sentía rechazo hacia mí y vivía quejándose con mi padre, que me golpeaba. Recibí mucho garrote antes de que me echaran. Cuando lo hicieron inicié un largo periplo: el Consejo del Niño, estuve con una tía y con otras parientas. A los 17 años vine a dar a Montevideo. Un poco más grande comencé a ejercer la prostitución.
En la escuela abandoné en quinto año. También estuve en el colegio Sagrada Familia, en Salto, me puso mi tía. Quien oficiaba de maestro, que era un cura, me dejó en penitencia hasta después de que salieron los demás compañeros… hoy día me doy cuenta de que fue un abuso… hizo que lo masturbara. Después citó a mi tía y terminó diciéndole que yo no podía seguir en el colegio porque tenía tendencias homosexuales.

La de la familia es la discriminación más cruel: no es tu vecino, el de otro lado, es tu propia familia. Hace poco una chica murió en la ruta, dicen que se arrojó bajo un auto argentino. Su familia no se interesó, no pidió los informes en Policía Técnica, nada. El sobrino de una de las chicas muertas ahora sacó las pertenencias de la casa donde vivía, pero nada más. Si ellos no se ocupan no podemos hacer nada, la Policía no nos da los informes a nosotras.

—El período de la dictadura fue particularmente duro para las trans. ¿Cómo fue?

—Brutal. No sólo para las trans, pero en ese momento éramos muy perseguidas. Dependiendo de en qué calle trabajaras podías estar detenida tres, cinco, 15 días en los calabozos. Había chicas que paraban en bulevar Artigas, por Canal 5, y tenían 15 días de detención. Si salían y volvían a pararse en esa zona se comían otros 15 días.

En ese tiempo trabajaba en la zona cercana al parque Rodó, por 21 de Setiembre, y me daban tres días. Te perseguía la seccional de tu barrio, los patrulleros, el grupo especializado (que era un ómnibus que andaba toda la noche y te llevaban a la seccional del Prado), Hurtos y Rapiñas, Orden Público, Automotores… toda la Policía lo primero que hacía era llevarnos. Y las Fuerzas Conjuntas, en esas camionetas grises todas camufladas. Toda una transa la que tenías que hacer, correr mucho. No alcanzabas a descansar una noche que te golpeaban las puertas y te llevaban detenida. Era muy cruel.

—En un trabajo académico en curso, Diego Sempol recoge que las trans fueron violadas, torturadas, secuestradas, igual que los presos políticos, pero con una intención moralizante.

—Nada de lo que dijo es mentira.

—¿Qué pasó a la salida?

—Todo el mundo habla de la memoria, pero parecería que nadie se acuerda de que somos personas. También tenemos memoria y recordamos perfectamente quiénes y cuándo nos torturaron y las cosas que nos han hecho. Son pocos quienes intentan recoger testimonios, pero luego queda todo quieto. En su momento Amnistía Internacional tomó contacto conmigo. Hablamos, pero no sé cuál es luego la traba o la presión que se ejerce, y nada sucede.

—¿Nunca recuperaste el vínculo con tu familia?

—Hace 15 años tuve un accidente y mi pareja se comunicó con mi hermano, porque yo quería hablar con mi padre. Quedaron en que al otro día llamaría, pero jamás lo hizo. Entonces llamé yo. Mi hermano me explicó: “Mirá, cuando le conté a papá, él se sentó bajo la parra, se quedó pensando un rato y luego me dijo: ‘Estuve 40 años sin verlo, pueden pasar 40 años más'”. Corté, me abracé a mi pareja y seguí adelante. Nunca más volví a saber.